La vida puede pasar por delante nuestra rápida y fugaz, angustiada y llena de impotencia, pero también puede pasar sosegada, plena y llena de belleza. No sé dónde está la clave pero creo que, como siempre, puede estar en la ancianidad. Ellos y ellas acumulaban el conocimiento durante generaciones, y por tradición oral lo iban transmitiendo durante toda su vida. Hay que escucharlos porque encarnan el saber para vivir en equilibrio con la Naturaleza y su comunidad. Dice, María José Parejo, la directora de “El bosque habitado” de RNE: “hubo un tiempo en el que la ancianidad era un valor en sí misma y los viejos tótem como el tejo, el árbol más longevo del continente, eran el emblema de la discreción y la sabiduría, de la tradición.” Y de la mano de Ignacio Abella, naturalista y escritor, que va descubriendo esta sabiduría en los árboles y en el paisanaje conocí a Mable Vallina González, plantador de bosques de tejos para generaciones venideras.
“¿Cómo prepara el semillero de texos Amable?” Le pregunté la primera vez cuando llegó el momento de saber cómo hacía germinar las semillas de tejos. Con su voz suave y tímida me contesta: “Me siento en el banco azul y espero a que los pájaros hagan su trabajo”. Seguimos con la conversación animada. Mi cabeza científica pensando, en silencio, sobre lo que me estaba diciendo. ¿Cómo sería su semillero? ¿Los plantaría en alveolos forestales? ¿En macetas?... ¡No me habrá entendido bien!, pensé... Pasan los minutos y vuelvo a plantearle la misma pregunta, y él me da la misma respuesta: “Me siento en el banco azul y espero a que los pájaros hagan su trabajo”, decía sonriendo. Debe de ser mi acento, mi voz afinada. Meditaba mientras proseguía la conversación sobre su vida, sus inquietudes y sus sueños. Hago un repaso de las semillas germinadas en el invernadero de la Universidad. Sus dificultades para conseguirlas, los tiempos, los tratamientos, las temperaturas y humedad… Los tejos no lo ponen fácil, de eso estaba segura. ¿Cómo conseguirá germinar esas valiosas semillas? Insistí en la pregunta hasta dos veces más, en la última es más explícito: “Hay una teja cerca de casa, sobre el banco azul hay un carbayo que hace de dormidero de los pájaros. Se comen el fruto y, bajo el banco, espero a que germinen las semillas. Después las paso a macetas y las llevo al vivero”. No daba crédito. Quería verlo con mis propios ojos y que volviera a contármelo. Dejaba en manos de la Naturaleza la germinación de las semillas, no las raspaba, ni las metía en agua, ni en ácido… Daba tiempo al tiempo a sus noventa y seis años. No tenía prisa para germinar. Fuimos hasta su casa. Estaba deseosa de ver el banco azul, donde espera a que nazcan los nuevos tejos que cuida con amor infinito, que regala en momentos especiales y a personas elegidas porque sabe que ellas cuidaran de sus hijos. Era literal. Un banco azul, un gran roble lo abrigaba. La teja, en otro nivel, valle más abajo. Cerca el vivero con los jóvenes árboles. Y delante del banco azul una jardinera, de apenas uno o dos metros de largo y unos cuarenta centímetros, donde aguardaban tejos recién germinados. Estaban a salvo de los herbívoros bajo una malla metálica. Y allí, sentada en el banco azul, pensé en el tiempo, en la paciencia. En cómo transcurrían sus sueños atemporales bajo el roble, esperando a que germinaran los futuros tejos, con infinita paciencia, con infinita humildad, con infinito respeto a estos árboles que se convirtieron en mágicos en ese instante, porque el mundo se detuvo ante mi mirada y mi mente. Conmovida por este momento. Miré con infinito amor al señor de los Texos, porque de eso se trataba: de amor.
“He sembrado también”, dijo señalándonos, cerca de allí, dos contenedores envueltos primorosamente con sendas mallas metálicas, en las que dormían las semillas de la teja. “Estos tardarán más”, dijo Ignacio Abella. “¿Cuánto?”, preguntó Amable. “Cuatro o cinco años”, explicó Ignacio. “Bueno, pues esperaremos”, dijo Amable. El Señor de los Texos de noventa y seis años.
Enero, es mes de inicio de vida, pero también lo está siendo de muchas despedidas, Amable no puede ver los nuevos tejos sembrados en los contenedores. Recuerdo la subida por Picos de Europa, con María José Parejo e Ignacio Abella, hasta el Texu Paraguas, donde reposarás hasta la eternidad, “porque es un árbol que ha sobrevivido a todos los vientos, porque ha crecido en la piedra mirando a todos los horizontes”, dijo en el programa “El Bosque habitado” de RNE, porque Mable de Melendreros, como le llamaban en Bimenes, Asturias, ya es inmortal como los tejos. Su actitud y aptitud ante la vida forma parte de la sabiduría, la belleza y felicidad ancestral. ¡Gracias por tanto AMOR!
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