Lejos de solucionar los problemas de la gente, los actuales políticos profundizan en la desazón de los ciudadanos generando mayor desconcierto e inseguridad en la entelequia conocida como Estado de Bienestar; argumento o concepto que, según quien lo defina, presenta distintos perfiles, enfoques diferenciados, establecimiento de prioridades, segmento poblacional preferente…
El estado de bienestar que defienden ciertas ideologías radicales de izquierda (Podemos, IU y otros de esencia comunista) puede suponer una amenaza para un sector de la población esforzada en forjarse un futuro estable fomentando el ahorro y la inversión en bienes materiales que les garanticen una renta en el tramo final de sus vidas, así como un fondo de maniobra para sus descendientes.
El estado de bienestar, según los radicales, se centra en la explotación de los recursos acuñados por ese esforzado y precavido sector social que, sin encomienda alguna, recibe calificativos de “derecha retrógrada, fachas, capitalistas, casta, explotadores, insolidarios…”. Ya sean propiedades inmobiliarias o florecientes empresas, sobre ellas penderá la amenaza de la expropiación temporal por emergencia social y la presión de insoportables impuestos para el sostenimiento de sus bases, algunas muy interesadas en este singular “reparto de la riqueza”.
En el Congreso se acaba de despachar, en sólo una jornada, un debate sobre las pensiones que ha evidenciado cualquier cosa menos una solución racional y estable a un problema que no es tal, sino que ha sido utilizado fundamentalmente por el PSOE y Podemos para generar temor y desazón en un amplio sector de la sociedad que, sectariamente orientada, puede decantar una millonada de votos hacia los partidos que se disputan el beneficio de su execrable demagogia.
He intentado seguir todo lo posible el citado debate, y no soy capaz de esbozar una síntesis del mismo. No obstante, he podido extraer alguna consecuencia: El Partido Popular continúa acreditándose como un negado en política de comunicación.
No sólo consigue fomentar el crecimiento de vitriólicas críticas en televisión, prensa y radio nacionales sino que logra cabrear a diez millones de pensionistas por la inoportuna, inútil, innecesaria y torpe comunicación de la famosa carta con el “notición” de la exigua subida del 0,25%. Ya hay que ser torpes para dar excitante munición a un contingente que ha pasado la crisis en la trinchera y que conoce las verdaderas dificultades por sus propios episodios vitales de carencias y sacrificios, y sabe por experiencia que no se puede sacar de donde no hay o que no se puede gastar más de lo que se tiene. Cuando los pensionistas van sobrellevando lo suyo y lo de los suyos como Dios les da a entender, va el PP y les suelta la famosa carta; así queda acreditada la negada cualidad del PP para la inoportuna política de comunicación, que no sólo se circunscribe a las nuevas tecnologías (Prensa, Radio, redes sociales y TV), también logra fracasar en el clásico género epistolar; y aún está por ver cómo le iría en la comunicación Morse o mediante estelas de escritura cuneiforme.
No obstante lo anterior, tras el debate cabe preguntarse si con o sin el 0,25% las pensiones se garantizan, se cobran puntualmente y, además, no se pone en riesgo el resto de parcelas presupuestarias que afianzan la estabilidad que en otros países gobernados por la izquierda emergente han causado la intervención de su economía y la bajada de las pensiones en tres ocasiones consecutivas.
Tras las deposiciones expresadas en la Cámara Baja, he visto qué futuro nos aguarda si las pensiones han de ser garantizadas por gobiernos en manos de Pablo Iglesias o Margarita Robles. Entre un demagogo irredento y una revanchista iracunda, me quedo con la solvencia demostrada por Rajoy ante una absurda oportunidad abierta a la demagogia y el agitprop. Está claro que hay algo asegurado en la actual polémica de las pensiones: la manipulación de los pensionistas y el éxito de las concentraciones. Pero no hay ni la mínima alternativa desde la izquierda que garantice, por lo menos, quedarnos como estamos. No ha llegado la Semana de Pasión y ya tenemos la agitada Semana de “Pensión”.
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