Como saldar una deuda con el pasado, como meterse dentro del túnel del tiempo, así fue el concierto que conmemoraba los cincuenta años de la Escuela de Caminos de Madrid y, de paso, ponía a todos los presentes el reloj en 1980. Porque un nueve de febrero de ese año se juntaron allí los grupos de música que iban dando la nota por la capital desde hacía más de un año y que estaban destinados, casi sin saberlo, a liderar la parte musical de una corriente cultural, la Movida, que hizo que nada fuera lo mismo a partir de entonces, incluso en Almería.
En el destartalado salón de actos de la Escuela, al que solo se podía acudir por invitaciones retiradas en las radios más enrolladas de la capital, un millar de personas fueron para escuchar a los grupos que molaban en la escena pop del momento: Alaska y Los Pegamoides, Nacha Pop, Paraíso, Mermelada, Mario Tenia y Los Solitarios, Trastos, … y Mamá y Tos, el precedente de lo que serían luego Los Secretos y que, en memoria de su primer batería fallecido en un accidente de trafico, se reunían una pléyade de jovenzuelos que suplían sus carencias musicales con un desparpajo sorprendente y adictivo.
Treinta y ocho años después, la Escuela de Caminos volvía a organizar un concierto con grupos de la Movida, Los Secretos y Mamá, al que, de nuevo, solo se podía asistir con invitación. Y uno, que vivió esos años desde su adolescencia, que tocaba la batería con unos botes de Colón, que grababa las maquetas de los nuevos grupos en su radiocassette y que luego escuchaba en su habitación solo, como sintiéndose un extraño en el paraíso; que se rascaba pensativo la melena; que pisaba el Penta y La Vía Láctea de postureo cuando ni siquiera existía esa palabra.. se quedaba sin poder asistir de nuevo a un evento tan especial. O no.
“Miguel, tengo una invitación para el concierto que me sobra” es el mensaje de un amigo que leo una tarde de corresponsal en Madrid en el momento que tenía que entregar páginas para el periódico y, encima, dibujar una viñeta. ¡Diosss!.¿Será posible que me vuelva a perder un concierto de Mamá, a los que nunca pude ver en directo pese a que conocía cada canción y que, desde su regreso en 2009, nunca había podido verles cuando me tocaba acercarme a Madrid? “Miguel, si vienes a las diez, todavía te da tiempo a ver a Mamá, vamos retrasados y Los Secretos han empezado hace un rato…” Eso fue lo que me cortocircuitó y este padre de familia con sus canas y sus heridas de guerra volvía a convertirse en un jovenzuelo que solo quería disfrutar con su grupo preferido y al que tanto echaba de menos. Las páginas se entregan, el dibujo sale a cañón y con mi chupa y mi camiseta beatle me monto en un taxi que era como una nave que atravesaba el espacio y el tiempo. De repente, la Escuela de Caminos, su salón de actos, el recuerdo de fiestas, conciertos (esos Depeche Mode cuando eran unos pipiolos!), amigos, novietas. Mucha culpa de todo ello la tuvo el director de entonces de la Escuela, José Antonio Torroja (el padre de la famosa cantante de Mecano) que apostó por ser su centro un dinamizador cultural de primer orden en una capital que se quitaba la costra del franquismo y que saludaba a la democracia con una cara nueva y con ojeras de vivir a tope la noche.
Recta final
Los Secretos están con los bises, con una luz azul casi de ensueño y uno entra como en otro universo. Me sorprendo de que todos estén sentados. Veo calvas, barrigas, canas, arrugas, mechas y un brillo especial en los ojos. No puedo sentarme, estoy de pie al lado de las paredes forradas con láminas de madera. Terminan los Secretos, hay un intervalo para cambiar cables, instrumentos, gente que se levanta, otras que abandonan la sala.¿Seré capaz de sentarme en un concierto de Mamá, sabiendo que sus directos siempre han sido de no parar de bailar, de saltar, de cantar?¿Seré tan viejuno para hacer eso? Y comienza el concierto, y de repente uno vuelve a sus orígenes, a esa edad sin obligaciones y sin preocupaciones, con todo por estrenar pero con los sentimientos ya maduros.
Y me levanto y veo que se levantan dos mujeres y sus parejas, nos miramos, nos animamos y el efecto dominó comienza y ya no podemos parar los que estábamos allí. Cantar estribillos, saltar, intentar por un momento que 38 años no fueran nada. Desenterrar la guitarra de guerra por un perdido amor, una canción que nunca apareció en sus discos oficiales y que sin embargo todos nos sabíamos. Y termina el concierto y uno sale aturdido, como esos personajes de otros tiempos que bajaban de la nave extraterrestre en Encuentros en la Primera Fase. "¡Miguel!¿ te ha gustado el concierto?" me pregunta mi amigo a la salida y solo puedo darle un abrazo, no me salen las palabras. La onda expansiva de ese Nueva Ola seguía viva, como un bigbang al que nadie puede esquivar. “Tarde o temprano tengo que encararme a mi y contarme la verdad: de que te entregué mi corazón.” Uf!
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/152530/mi-perdido-amor