Desconozco el funcionamiento y organigrama de la Fundación Francisco Franco, pero estoy convencido de que, entre sus socios, debe haber alguno con los mínimos conocimientos jurídicos que le permitan argumentar una demanda por competencia desleal al PSOE. Tengo la sensación de que sería uno de esos juicios rápidos que se ganan antes de empezar a subir las escaleras de los juzgados, porque los socialistas se han apropiado de la misión ajena de mantener la presencia viva del dictador, en ímproba y desigual lucha con la distancia y el olvido que en cualquier biografía suponen 43 años criando malvas. ¡Que merito! Ni los mantenedores de la momia de Lenin consiguieron hacer tanto por un dictador como los socialistas, que de tanto alardear de progresistas han acabado demostrando que nadie puede ganarles a conservadores. Pero no caigamos en el discurso forense de la política y ciñámonos a la actualidad. Al PSOE le da igual el Valle de los Caídos, la calavera de Franco o el brazo incorrupto de Santa Teresa. En la constreñida dimensión de su acción de gobierno, lo que interesa al pedrosanchismo no es otra cosa que lo que su mentor Zapatero susurrara al oído de Gabilondo en ese descuido microfónico que nos permitió escucharle en el tono que los feligreses se sinceran en el confesionario: “Nos conviene que haya tensión”. Y ahí lo tienen. Por eso buscan permanentemente el choque, la división y el enfrentamiento, asumiendo en esa fricción el papel de la parte digna, decente y democrática, frente a la jauría que se agazapa en la caverna. Y cuando hayan sacado brillo al cráneo del tío Paco, intentarán hacernos la rebaja ética de la muerte digna y el derecho a la eutanasia como símbolo del aire fresco frente al tufo viciado de las sacristías. Es el libro de estilo de la que se nos avecina: hacer de la emoción una ideología. Otra vez. ¡Qué pereza!
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