Uno de los efectos del uso extendido de las redes sociales es un barroquismo virtual que nos introduce en una interminable voluta sobrecargada de irrelevancia. Aquí me acuesto y aquí me levanto. Lo que como y lo que bebo, etcétera. Pero esto, que resulta medianamente soportable entre amigos y conocidos, no basta al universo político, que ha convertido las redes en un escenario propicio para dictar lecciones, prescribir comportamientos y sumarse a esa alocada competición por la ejemplaridad, la integridad moral y la corrección política. Pero en muchos casos, esta obsesión por el adorno no es “profundidad hacia afuera”, como decía Alberti del barroco, sino una forma depurada de idiotez que algunos llaman ahora “postureo”. Y pocos maestros de esta disciplina son capaces de alcanzar las mismas cumbres expresivas del Presidente Sánchez, el hombre que transita del pálpito al púlpito en los diez segundos que tarda en abrir el tuiter de su móvil. En estos días de vacaciones (el hombre se ha ido a descansar; no se sabe bien de qué) nuestro presidente ha perpetrado un par de sonoros gestos tuiteros que son prueba de su insondable vaciedad. El primero, conmemorando la muerte de las llamadas Trece Rosas confundiéndolas con las trece actrices que las interpretaron en una de esas películas tan festejadas que reproducen (con la polaridad invertida) las descacharrantes y aleccionadoras versiones franquistas de la Guerra Civil. Crece el temor, por cierto, a que Sánchez pretenda desenterrar ahora a Juan Diego, que tuvo una recordada interpretación de Franco en la película “Dragon Rapide”. Y la segunda es aún más notable. Sánchez baja a la playa y, ante los fotógrafos, finge leer un libro que, ampliando la imagen, se descubre que tiene todas sus páginas en blanco, haciendo pasar por novela o ensayo lo que más parece una agenda o dietario. Dificultades para separar realidad de ficción y gusto por la impostura. Mejor que se limite a enseñar las manos.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/156826/impostura-como-sena-de-identidad