La provincia ha vivido durante este último fin de semana dos de las peregrinaciones marianas que cuentan con una vieja tradición y que gozan de gran poder de convocatoria en Almería: La de la Virgen de la Cabeza, en el Santuario de Monteagud, y la de la Virgen de Los Desamparados del Buen Retiro del Saliente que han congregado a numerosos ciudadanos y devotos almerienses y de fuera de los límites geográficos. El calendario ha hecho coincidir este año las dos romerías a dos de los cuatro santuarios marianos que existen en la provincia. Quienes hayan participado en alguna ocasión en cualquiera de estas manifestaciones, como en la de cualquier otra índole, habrán vivido innumerables historias y habrán conocido leyendas, experiencias y anécdotas de las más diversa catadura.
A mayor participación, más posibilidades tiene cualquier peregrino de encontrarse con hechos y sucedidos que rompan la barrera de lo previsible. En los caminos de ilusión y esperanza, en las huellas de los pasos individuales de los romeros quedan escritas inconfesables historias íntimas, promesas cumplidas y favores recibidos que se convertirán con el tiempo en la sombra del peregrino. Todas se incorporan a su memoria individual porque nacieron de una devoción sin horizonte, incomprensible para muchos, pero traslucida como el cristal.
Acciones neutras que no mueven ni un cabello de la cabeza, situaciones y hechos dramáticos que te invitan, cuando menos, a echar unas lágrimas, esperpentos cómicos y estampas surrealistas que arrancan carcajadas por doquier, o errores e interpretaciones que te hacen caer en el abismo del equívoco son algunas de las curiosidades y descubrimientos que puede hallar cualquier peregrino que ejerza como tal, sin adentrarse en las respetables motivaciones religiosas y en las creencias personales que cada cual arropa en su mochila.
El anecdotario episcopal del titular de la diócesis en su peregrinaje oficial a una de estas romerías, en concreto a la del Saliente, ofrece algunos casos cuando menos curiosos y dignos de ser conocidos. El último de estos hechos anecdóticos ocurrió en la edición del pasado año. Como es habitual, siempre que las circunstancias lo permiten, el obispo almeriense, Manuel González Montes, se desplazó en un taxi durante la mañana del día de la Natividad de la Virgen al Santuario del Saliente para oficiar y presidir la misa pontificial que habría de celebrarse a mediodía. El vehículo de servicio público que trasladaba al Reverendisimo se detuvo en el control de la explanada que da acceso al santuario, dada la existencia de una barrera a cuyo cargo se encontraba un vigilante de seguridad privado. Antes de que éste informara al conductor del taxi de la prohibición de traspasar el control, el taxista se adelantó e indicó al vigilante que llevaba “un gordo”, a lo que el controlador respondió que el hecho de que el usuario fuese una persona obesa no era motivo para que no pudiese acceder a pie hasta el templo consagrado a “La Pequeñica”.
En ese instante, el conductor del taxi especificó al vigilante que no llevaba como usuario a un gordo, sino a “un pez gordo”, que tenía que oficiar la misa y que si no le franqueaba la entrada los peregrinos se quedarían sin dicha celebración, en tanto señalaba con la mano al ocupante del asiento trasero. Balbuceando alguna que otra sonrisa, el prelado se dirigió al atónito vigilante para comunicarle su identidad. El equívoco provocó cierta chanza y sonrisas entre los tres protagonistas, si bien el guarda del control de acceso de vehículos reprochó al taxista el coloquial e inadecuado uso del vocablo “gordo”, que él si lo había interpretado con el correcto significado que le atribuye la Real Academia de la Lengua. El vehículo accedió al Santuario y el “pez gordo” del Saliente pudo celebrar la misa pontificial, a la que siguió la tradicional procesión. Es palabra de vigilante de seguridad privado.
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