El día que sinatra llegó a la sede del PSOe

El día que sinatra llegó a la sede del PSOe

Pedro Manuel de La Cruz
23:10 • 10 sept. 2011
Dolly llegó a América con dos meses apenas cumplidos. Su padre, un litógrafo genovés olvidado por la gracia de la resignación, no estaba dispuesto a cumplir la condena de la miseria en aquella Italia con Papa y más cardenales en el alma que en el Vaticano. Como decenas de miles de compatriotas, un atardecer cruzó a la otra orilla del mundo con la cruz a cuestas de una familia abrumada por el miedo y la esperanza.
En aquellos años en los que el tiempo transcurría tan apresuradamente que los niños no alcanzaban a serlo, la pequeña aprendió pronto que, en Jersey, su origen italiano pesaba más que el mármol de Carrara en una ciudad en la que los irlandeses eran los reyes de los suburbios en los que acampaban los que acababan de llegar. Allí conoció a Martin, un italiano de Catania pequeño y con ojos azules con el que cumpliendo el mandato bíblico de creced y multiplicaos (y marcharos pronto de casa que es una boca menos que alimentar), se casó y del que en 1915 tuvo un hijo al que bautizaron con el nombre de Frank.
Lo que Dolly no aprendió en la escuela lo aprendió en la calle. Y aprendió que para cruzar la esquina del desdén americano con la hegemonía irlandesa no había camino mejor que la política. Se afilió al partido Demócrata y pronto hizo saber a los candidatos que los seiscientos votos del Tercer Distrito de Hoboken que recibían en cada elección estaban controlados por ella.
Esa influencia la convirtió en una activista de prestigio y tan valorada que, cansada de no prosperar, una vez llamó al alcalde y le pidió que colocara a su marido en el cuerpo de bomberos. -No puedo, no hay plazas- le respondió el alcalde. -Es igual: créela- ordenó ella.
Pocos años después, Dolly llamó una mañana al parque de Bomberos
- Buenos días, póngame con el capitán Sinatra-. El telefonista miró en el estadillo y allí no figuraba ningún capitán con ese apellido. “Es igual, páseme con Martin Sinatra”.
-Capitán Sinatra, felicidades-. Ella era quien le daba la noticia de su nombramiento después de haberlo pedido (y obtenido) del alcalde.
En los últimos años he regresado a este paisaje de la vida Frank Sinatra, escrito magistralmente por Gay Talese en Esquire, cada vez que he mirado qué había detrás de cada cambio, de cada crisis o de muchos nombramientos (no todos, es verdad), en el PSOE almeriense.
Más de treinta años provocan tantas situaciones que resulta indefendible, por erróneo, encontrar un solo hilo conductor que acabe explicándolas todas. Pero sí es cierto que la historia del PSOE almeriense- y más en la capital; mucho más en la capital que en la provincia- no podrá escribirse sin valorar en toda su dimensión el peso que las familias y los clanes de barrio han tenido en su historia. Desde esos centros de poder se han impuesto concejales, se han eliminado candidatos y se han doblado voluntades de dirigentes. Quien asistía a una asamblea o a un congreso con el respaldo de los integrantes de su tribu era tan consciente de su poder como de su capacidad de exigencia. Esta ha sido en parte, solo en parte, la intrahistoria que explica la artrosis ideológica y funcionarial que atenaza a este PSOE de fin de ciclo al que acaba de llegar José Luis Sánchez Teruel. Tan es así que él es, sin buscarlo- lo buscaron a él- el resultado de esa misma estructura tribal. El resultado, pero no el responsable.
De lo que no podrá eludir su responsabilidad es de lo que suceda a partir de ahora. Su llegada a la secretaría provincial se ha producido- para él- en el peor momento. Durante los próximos meses pilotará una nave que camina sin remedio hacia el cabo de las tormentas. De todos los secretarios provinciales habidos en el socialismo almeriense desde 1977 es él quien más difícil lo va a tener. Los demás, o estaban en la oposición pero aspiraban a llegar al poder, o estaban en el poder y continuar en él era un guión ya escrito.
Teruel navega en rumbo contrario y con todos los vientos de proa. El tiempo dirá cuál es su hoja de ruta. Pero no debía olvidar que en medio de la borrasca a veces






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