Vaya por delante que estoy muy a gusto con mi raza, estado civil, sexo y nacionalidad. Incluso con la edad que tengo, porque me ha costado muchos años llegar a ella. Me hubiera halagado ser más inteligente, y tres o cuatro dedos más alto, es verdad, pero no voy a quejarme.
Y no me quejo de mi memoria. Por ejemplo, recuerdo que en 2012, siendo presidente de Gobierno Mariano Rajoy, y tras consultas con eso que llamamos fuerzas sociales -empresarios y sindicatos- se tomó la decisión de acabar con los puentes laborales, que enhebraban un festivo con un fin de semana, y dejaban las fábricas y las oficinas cerradas durante tres días. En ocasiones, si los festivos eran dos, en lugar de un puente se formaba un acueducto segoviano de cuatro o cinco días.
Y no sólo eso, sino que se estudió que las festividades que caían en medio de la semana se adelantaran o retrasaran a los domingos siguientes o precedentes. Con ello se evitaban millones de horas de trabajo perdidas, disminución de accidentes en carretera y disminución del consumo de combustible. Es verdad que estábamos en plena crisis, los mangantes políticos de las cajas de ahorro las habían dejado para el arrastre, y teníamos que rescatarlas los de siempre.
Aquella idea se fue desflecando, no sé si poco a poco o mucho a mucho, pero ahora ya estamos en la situación contraria: en lugar de celebrar las fiestas que caen en lunes el domingo anterior, si cae en domingo convertimos en festivo el lunes siguiente. Es decir que íbamos a prepararnos para tocar la flauta travesera y resulta que estamos tocando el tambor.
En mi barrio, como en todos los barrios, hay una tienda regida por una familia china. No hacen puentes. Qué digo puentes: no cierran, ni siquiera los domingos. Esta semana ha sido noticia que China ha puesto una nave en la cara oculta de la Luna. ¿Lo habrían logrado con nuestro calendario laboral? Nadie lo sabe, pero está claro que los puentes no son chinos.
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