El calorín

No sé si el paso del tiempo, la desocupación académica o la paciencia editorial acabarán constelándose para que de una vez por todas se edite un pormenorizado estudio sobre la psicología colectiva almeriense que diseccione las razones de las corrientes de pensamiento y/o acción que configuran lo que, pálidamente, podríamos definir como el "reinamorismo". Es decir, eso que tan certeramente definió Manolo Escobar cuando cantaba a Almería diciendo "Reina mora eres tú para los españoles". Dinastías al margen, no cabe duda de que uno de los aspectos más estirados e incongruentes de ese eventual estudio psicológico colectivo ha de ser la fastidiosa manía de dar por finiquitado al verano en cuanto termina la Feria. Y es que a veces nos gusta comportarnos con los aires altivos y caprichosos de la favorita de un sultán: termina la Feria y por mucho que el calendario y el termómetro digan otra cosa, no hay nada que hacer: ya estamos en otoño. Y punto. Por tanto, al escuchar el eco del último petardo de la traca ya corremos a buscar una rebequilla, miramos los horarios de clase y calculamos en qué días caen los puentes que nos separan de la Navidad. ¡Se acabó el verano! dicen luego los muy incongruentes mientras sudan la gota gorda. Es cierto que ahora los escaparates parecen una convención de leñadores canadienses, pero en la calle el verano sigue. Vaya usted con medias y rebequilla si quiere, señora, pero no me diga luego que "menudo calorín" que hace. No me caliente (más) la cabeza.