La muerte del arte... y del sentido común

Fernando Jáuregui
00:13 • 28 feb. 2019 / actualizado a las 07:00 • 28 feb. 2019

Para nada me escandaliza que un sedicente artista exponga en una de las más importantes ferias de arte del mundo, Arco, que los Reyes inauguran este jueves en Madrid, un ninot precisamente representando a Felipe VI. Ninot que, por el módico precio de doscientos mil euros, usted puede adquirirlo, siempre y cuando se comprometa por escrito, eso sí, a quemarlo en una especie de falla particular. Una sandez, vamos. Ese mismo artista ya adquirió notoriedad hace un año, cuando, en la misma feria, presentó una serie de retratos de los ‘presos políticos catalanes’; critiqué tanto la obra, que de arte a mi entender tenía tanto como este ninot, como la equivocada decisión de los responsables de Arco de retirarla... para luego volver sobre sus pasos y reintegrarla a las paredes feriales. ¿Es que no hay un comité seleccionador que nos asegure a quienes pensamos visitar Arco este fin de semana que, al margen de provocaciones, podremos disfrutar con auténtico Arte, con mayúscula, aunque sea en grado experimental?

La provocación no es necesariamente arte, aunque el arte pueda admitir la provocación. Pero esta no es lo sustancial en la obra artística. Lo digo por esos raperos que hacen gala de mal gusto en las letras de sus canciones, o por el descerebrado que considera humor sonarse con la bandera española. O, si usted quiere, lo digo también por esos tuiteros que, al amparo del anonimato, andan con la cabeza claramente perdida por el afán de llamar la atención. Me parecen actitudes despreciables, pero en ningún caso, dicho sea mirando a los ‘halcones justicieros’ que en cuanto pueden echan mano de los tribunales, merecedoras de una calificación penal.


Polémicas  Si ninguno de los citados encontrase el terreno abonado desde una opinión pública (y publicada) pacata, que se perece por las salidas de tono, por las ocurrencias de algunos políticos y por los excesos de cierta farándula, este comentario mío carecería de sentido. Lo malo es que este país nuestro, tan estupendo por otros conceptos, da abrigo a las polémicas más estériles, desde el bodrio escrito (o no) por un presidente del Gobierno hasta la pancarta que, cual Boadella tabarniano, se lleva a Waterloo una lideresa emergente que, por otro lado, está llena de virtudes profesionales y, creo, de futuro en la cosa pública.



Que no digo yo que equipare el opúsculo presidencial y la pancarta anaranjada con lo del ninot (por cierto, no muy afortunado técnicamente, según las fotografías que hemos podido ver) que el Rey tendrá que sortear a la hora de inaugurar Arco. No, claro que no. Pero sí me sirve todo ello para denunciar la mediocridad ambiente que nos ahoga. Simplemente, falta talento. En la política, en el ensayo político, en el escenario político, en la literatura política y en el arte político. Y entonces parece llegada la hora de los desideologizados sin moral ni convicciones que, cual prestidigitadores de la imagen, inventan cada día una nueva trola, un nuevo volatín, para que los chicos de la prensa, a falta de algo mejor, los saquemos en los titulares. Ale hop.





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