Una guía maldita de Almería

Una guía maldita de Almería

Pedro García Cazorla
22:58 • 24 sept. 2011
Cuando Lola Bailen allá por final del año 2010, fundó su agencia de viajes y escogió el nombre: ‘Mejor No Verlo’, dentro del mundillo la llamaron loca, pero consiguió publicidad gratuita en los medios. Llamó tanto la atención su idea, que pudo explicarla y hacerse oír. El punto de partida era presentar una oferta distinta para turistas exigentes, escoger un destino y sin desechar los ritos convencionales de cualquier viajero, añadir una mirada crítica, acompañada de las opiniones de arquitectos, artistas o gente corriente disconforme con la evolución de su ciudad, convencidos todos ellos de que era mejor no verlo, pero aún era mucho mejor intentar evitarlo. Había expectación entre los destinos turísticos en averiguar donde iría a parar el primer dardo y si la idea cuajaría. A saber, cuántas personas estarían dispuestas a salir de su casa, gastarse el dinero y que le contaran una historia poco amable sobre el lugar. Lola Bailen, insistía que no se trataba de ir hacer sangre, sólo de mostrar una ciudad en lo que ha logrado y en lo que ha perdido. Algunos no tardaron en intentar disuadirla con más o menos elegancia, pero no consiguieron nada, pensó que bastaría con no tener demasiado éxito para que la dejaran en paz y difundir la convicción de que su proyecto sería para un sector minoritario. Necesitaba tiempo y no podría permitirse el lujo de volver sobre sus pasos, tenía que escoger la ciudad que mejor conocía, la más sentida y vivida; Almería. Parte del trabajo ya lo había hecho, a ratos muertos en los aeropuertos, investigando algo de historia, y le sería fácil acudir a algunos conocidos y oírles, pero aún tardó otros tres meses intensos en acabar la guía, una labor exigente que no reparó en detalles y esfuerzos. Yo estaba corrigiendo la guía cuando Lola Bailen enfermó y no logró reponerse, su proyecto, toda la ingenuidad que empleó en él y el tiempo que le dedicó, acabarían por acompañarle a la tumba, aquella guía quedó arrumbada dando tumbos por la biblioteca.
Hoy ordenando unos libros la he encontrado, quito el polvo de su cubierta, abro sus páginas y leo las primeras líneas: “Mis palabras son como el pan, si una noche pasa se ponen rancias y son más duras, compártelas cuando aún estén frescas, antes que las deseque la luz y el aire de Almería”.
Son de un viajero del Siglo XII. Sara prosigue: “Cuando llegas a esta ciudad, una luz que quema te aturde y hace que cierres los ojos, aquí la claridad se desborda, parece un combustible que sin contemplaciones impusiera su silencio por encima del mar antiguo y el lienzo de las nubes blancas se alzan como un espejismo. Así que el sol es un manantial y no un astro, la luz el agua que nos acalla, agua que seca las palabras."
Ayer estuvo lloviendo, hoy ha vuelto esa luz de la que hablaba Lola y el viajero, luz que seca las palabras. Almería se pierde entre silencios radiantes y los escombros, la suciedad siguen a los pies de la torre de la Alcazaba, el acero corten abraza como la muerte a las Murallas de Jairán, El Cortijo del Fraile se desmorona a golpe de abandono y desidia, La Molineta herida, más cerca de la destrucción que de la vida. El casco histórico sólo es eso, que tú decías; una envoltura vacía y rota. Allí están el naufragio de tus sueños Lola, y otros que se creyeron eso de la recuperación del casco antiguo y no vivieron para verlo.






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