Si algo está definiendo la campaña a la que estamos sometidos es su insoportable levedad. La idea ha sido oscurecida por la consigna y la reflexión es un espacio ocupado por los caracteres apresurados de un twit. Ante tanta mediocridad regreso a Shakespeare y caigo en la tentación de recordar la definición que, en la escena quinta del quinto acto de Macbeth, hace de la vida y sustituirla por la política y los políticos: “una sombra en marcha, un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”. A veces, demasiadas, no encuentro definición mejor para describir el pobrísimo nivel con que se comportan muchos de quienes lideran el espacio público compartido que es la política.
Nadie conoce cómo terminará la campaña, pero témanse lo peor. Y lo peor no es (aunque ya es suficientemente sonrojante) la escalada de insultos de arrabal, la acumulación de argumentos vacíos, la saturación de cinismos o la sobreactuación de los contendientes en la batalla; lo peor es que el peor momento por el que atraviesa el país desde la llegada de la democracia va a ser gestionado por una dirigencia política que no se atisba que sepa estar a la altura que las circunstancias demandan.
Pedro Sánchez mantiene su calculada ambigüedad sobre temas que, en la actual encrucijada, son de importancia extraordinaria para el futuro de la gobernanza en España. Desde su llegada a la primera línea de la política la osadía ha sido su táctica y la acumulación de osadías su estrategia. Desde Ciudadanos a los independentistas, Sánchez ha barajado en estos años todas las posibilidades de pacto, su premeditada sensibilidad con el nacionalismo catalán cuando demanda un trato preferencial o sus constantes cambios de rumbo le han convertido en un corredor de fondo con el viento a favor pero sobre un alambre débil que las tres derechas podrían romper y acabar con el PSOE en el precipicio si gana las elecciones, pero no suma para gobernar o. Si suma, lo hace, otra vez, bajo el chantaje permanente de los independentistas catalanes. El espectáculo de estos últimos días con el Debate es (hasta el momento que escribo, que con Sánchez todo es posible) el último capítulo de cómo se puede gestionar con más torpeza una situación en la que solo habría que haber seguido lo que marca el sentido común.
En la otra trinchera Pablo Casado ha desenfundado tanto y tan disparatadamente que la película puede acabar en una escena final en la que la balacera le acabe alcanzando a él. Todo lo exagerado es ridículo y el líder del PP, con su obstinación por el trazo grueso, puede acabar dibujando la caricatura inútil de lo que debe ser una derecha moderna. El pánico que siente ante el pronosticado avance de VOX le está convirtiendo en preso de algunas de las excentricidades del partido de Abascal y el 28 de abril desvelará si los votos que pierde en las encuestas por la derecha y por el centro no le acaban convirtiendo en un líder, no al borde de un ataque de nervios (que ya lo es, o a ver cómo se explica que diga que Sanchez hará ministros a Puigdemont y Torra), sino a un presidente al borde de la dimisión si su cosecha electoral no alcanza los tres dígitos y la suma con Rivera y Abascal no de le da para gobernar.
Al fondo a la izquierda, el cielo que Podemos quería asaltar ha quedado reducido a un chalé hipotecado en Galapagar. La lírica cursi de la revolución de las sonrisas ha degenerado en un interminable rap revolucionario de salón interpretado por Iglesias y del que no solo no quiere salir, sino en el que está encantado de haberse conocido en su soledad purista tras el abandono de quienes en aquel tiempo fueron sus apóstoles más queridos. Los feligreses de la iglesia de Iglesias solo aspiran a ser monaguillos, con campanilla en algún ministerio, eso sí, en el altar del poder socialista. Poca cosa y nada segura en quien se había creído la encarnación del redentor de la izquierda española y europea.
Girando a la derecha a Rivera le está sucediendo lo que ya le ha ocurrido en otras circunstancias similares: hace muy buena carrera, pero en la última etapa equivoca el camino y llega tercero o cuarto a la meta. Hace unos meses lo tenía todo a favor para ocupar el espacio de la centralidad política que tan rentable podía haberle sido. Su inconsistencia ideológica y su dependencia marketiniana le puede acabar convirtiendo, ya y sin remedio, en el eterno aspirante. Podía haber sumado sus votos a los perdidos por PP y PSOE por el centro, pero, en una decisión que nadie entiende por innecesaria y torpe, se puso a competir con Casado y Abascal. La foto de Colón fue el inicio de esa última etapa en la que siempre acaba equivocándose y si la aritmética no lo convierte en vicepresidente (con Casado o con Sánchez, que en política las palabras eternas solo duran mientras se dicen), su carrera habrá iniciado el descenso hacia la irrelevancia.
Y ya adentrándonos hacia el final, muy al final, de la derecha, Abascal espera sentado en su esquina que Casado y Rivera le hagan el trabajo que ni quiere, ni sabe hacer él. Arropado en la bandera, el líder de VOX sabe que su mejor aliado es no decir nada o decir solo vaguedades de guardarropía medieval.
A la extrema derecha le quitas la España una, grande y libre y se queda mirando cara al sol sin saber qué decir. La sanidad, las infraestructuras, la cohesión social, los equilibrios territoriales, la innovación, la creación de empleo, la configuración de Europa, las energías alternativas, la globalización, los mercados y la geopolítica, todo lo que decide y va a decidir el futuro de los españoles le es ajeno. Ideas trasnochadas para unos dirigentes que se sienten herederos del Imperio formado por hombres mitad monjes, mitad soldados, prendidos en la melancolía de un pasado y, como Shakespeare escribe en ese quinto acto de Macbeth, presos sin darse cuenta de que “la falaz lumbre del ayer ilumina al necio hasta que cae en la fosa”.
Ante este panorama no es extraño que a siete días de la cita electoral todavía sean muchos lo que no sepan qué dirección tomar. El drama es que la duda no está motivada por la brillantez de los caminos a elegir, sino por la insoportable levedad de quienes se ofrecen como líderes para recorrerlos.
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