Pertenezco a una generación muy vinculada a Cataluña por formación, por cultura, por afectos. Esa Catalunya progresista y demócrata, cosmopolita y bilingüe, donde echamos raíces y de las que formamos parte y a la cual seguimos reivindicando como parte de nuestra identidad. Pues no se debe olvidar que esta Cataluña la hemos construido entre todos, los de dentro y los de fuera. Y Barcelona, sin lugar a dudas, ha dejado una huella imborrable en muchos de nosotros. Por eso creemos en una soberanía interdependiente y compartida, aunque vivamos a mil kilómetros de distancia. Son argumentos democráticos y sobre todo humanos, principalmente, que no tienen nada que ver con eso de la unión sagrada de la patria que algunos magnifican.
El paisaje de los sentimientos Casi de niños, se puede decir, fuimos conociendo la geografía catalana. Es raro, rarísimo, el almeriense que no tiene un familiar en Barcelona. Y a través de ellos, conocimos no solo el pueblo donde vivían: Reus, Sabadell, Terrassa, Igualada, Vic… si no también sus lugares de trabajo: Siemens, Gallina Blanca, Motor Ibérica, Roca… y los barrios populares donde se instalaron. - ¿Dónde vives? En San Idelfonso (Cornellà)-, nombres que se nos hicieron muy populares.
Mi primer mensaje o idea fuerza que interiorice siendo un adolescente, y que se me quedó grabado a sangre y fuego, y que no estaba escrito, pero circulaba de boca en boca era: “Aquí somos todos iguales, solo con una condición, el respeto a los demás”. Y esa fue mi creencia, que creí a pies juntillas, desde el principio. Es anecdótico, pero quien iba a decir que el político que trae a todos de cabeza es un catalán de abuela almeriense, aunque esto casi se oculta, que se llama Carlos Puigdemont. Diré, para el que no conozca, que en Cataluña decir que eres de Almería es ver como automáticamente se te abren numerosas puertas.
Contra el pesimismo En este contexto de ruido y furia, hay una necesidad patológica de sacar fuera toda la rabia acumulada, y esto pasa en unos y otros. Se nota en el ambiente que los nervios están a flor de piel y que la gente salta a la primera. Desde luego, parecen darse todas las condiciones objetivas para la hecatombe social. Solo vi un lugar para la esperanza, y a largo plazo, y fue en esos miles de jóvenes latinoamericanos que hoy ocupan la inmensa mayoría de los servicios en Barcelona. Su profesionalidad, su amabilidad, su encanto personal y su capacidad de seducción hacen que la sonrisa no haya desparecido del todo en la ciudad condal.
Los latinos son la explosión de alegría que faltaba y se echaba de menos en esta urbe y ojalá sean el espejo donde mirarnos todos. Y es que al final son las personas las que hacen que una ciudad sea un buen espacio para la convivencia. Vuelve a ser de nuevo la emigración la que construye la gran Cataluña. La mayoría de estos jóvenes hablan o chapurrean el catalán y sus hijos seran bilingües catalán-castellano y será la mayor fuerza de expansión de la lengua catalana al igual que la del castellano de la que van unidos.
Epilogo El problema catalán bloquea el futuro de Cataluña y España y es necesario dejar atrás la resignación y la pasividad e iniciar una ofensiva por la convivencia. Ahora es el momento de exigir responsabilidades, más que a los políticos, que también, a cada ciudadano, si logramos que el civismo y el debate democrático, se vayan abriendo paso en el espacio público y en la vida en común, todos nos vamos a beneficiar de ello. España tiene una ocasión única para reflexionar sobre sí misma al igual que Cataluña. No la desaprovechemos.
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