Don Quijote y el cura se despertaron antes y abandonaron sus duros y ajustados lechos, en tanto que Sancho, seguía tan tranquilo sobre una estera de anea y una manta, que antes mostraba ser de cualquier materia que de lana.
El convencimiento y la ilusión que manifestaba el escudero con su futura condición de gobernador de una ínsula le habían quitado la poca sal que tenía en su mollera. Sancho, que no había hablado de estas cuestiones con su señor desde aquel día en que conoció cómo habría de situarse y cómo mirar a sus insulanos cuando diere un discurso, volvió a las cuestiones lingüísticas. Y lo hizo de la manera más loca, peregrina y descabellada, pues vínole a la mente la idea de que el apellido Panza no era conforme para un gobernador.
Aprovechando que había salido don Quijote a hacer aquello que no se puede excusar y que estaba solo con el cura, díjole así:
—Señor cura, yo he visto a muchos tomar el ape¬llido y alcurnia del lugar donde nacieron, llamándose Pedro de Alcalá, Juan de Úbeda o Diego de Valladolid. Por esa misma razón, otro gallo me cantara si yo fuera Sancho de Castilla. ¿Cómo se llega uno a apellidarse de una u otra manera? ¿Por qué a mi mujer la apellidan Panza como a mí?
.—Sancho, amigo, –contestó el cura, con mucha sorna- has de saber que la procedencia de los apellidos es muy diversa, hasta el punto, por ejemplo, de que viviendo el insigne don Miguel de Cervantes, príncipe de los ingenios, en Valladolid, las mujeres de su casa eran conocidas como las cervantas, porque en los pueblos es frecuente referirse así a uno de los cónyuges o a los hijos, incluso a toda una familia. De esta guisa, a tu mujer llaman Teresa Panza.
El escudero quedó tan contento con tal explicación como el cura admirado de su simplicidad. Al poco rato salió este y apareció don Quijote, quien preguntole sobre lo platicado con el señor cura. El criado, por no faltar en obedecelle, le contó todo lo dicho sobre los apellidos y su origen.
—Parte de verdad hay en todo lo dicho –respondió don Quijote-, pero no has de olvidar que la forma más común en este reino nuestro para dar origen al apellido es mediante la derivación del nombre del padre; de tal guisa, se crean agregando al nombre de pila paterno el sufijo ez, que significa «hijo de». Y al igual que en apellidos ingleses aparece la partícula son «hijo», Harrison, Morrison…; en los escoceses, Mac o Mc; en los irlandeses, O’ o en los portugueses es, Peres, Fernandes, Rodrigues, en nuestra lengua, de Rodrigo tenemos Rodríguez; de Pero, antiguo Pedro, hayamos Perez; Martín y Hernando originaron Martínez y Hernández, como aquellos llamados Pedro Martínez y Tenorio Hernández, que me voltearon y se holgaron conmigo y no eran fantasmas ni hombres encantados, como vuestra torpeza os hace creer, Sancho, sino hombres de carne y de hueso como nosotros.
En estos coloquios estaban don Quijote y su escudero cuando tornó al lugar el cura, que era hombre bien hablado y quien no solo había sonreído al oír y recordar lo acontecido a don Quijote con dichos rufianes, sino que vio conveniente intervenir en cuanto a los apellidos:
—Cierto es lo que decís, que en efeto merecen no pasarse en silencio estas cuestiones, que no menudencias, de las que platicáis y por eso creo que puedo aportar algunas razones.
—Pues adelante, que suyo es el turno y seguro que buen uso de él hará -dijo don Quijote, no contento de todo con la interrupción-.
—Es cierto que son muchos los apellidos terminados en ez, pero no menos cierto es que haya otros muchos orígenes. Ansí, del mundo animal, me he encontrado con caballeros y rufianes, agudos y faltos de juicio con apellidos como Becerra, Borrego, Cordero o Gavilán; de nombres de plantas: Granados, Cerezo, Romero, Robles, Parra, etcétera.
—No sigáis –interrumpió don Quijote- que los hombres de armas somos también de letras. Y yo en mis lecturas sobre caballeros andantes no solo daba juicio a las quimeras y a los tuertos que enderezan, sino a los paisajes que estos recorren y de todo se aprende. Ansí pude ver que del agua en sus diversas formas naturales o en la intervención del hombre para servirse de ella, también se formaron apellidos: Fuentes, Arroyo, Pozo, Puente, Rivera, Polo o Lago. También los términos geográficos, bien de topografía, fisiografía o poblamiento, dieron a nuestra hermosa lengua apellidos que van de Barranco a Calle, de Cuevas a Roca, pasando por Montes o Peña, entre otros muchos.
—¡Pardiez, señores! - dijo Sancho- que aunque no puede mi ignorancia encubrir la luz del saber, témome que mi apellido no proceda de nada de eso.
—Sancho, pocas cosas turban tu mente –dijo el cura con sorna- que bien has dicho lo dicho. Has de saber que nuestros apellidos tienen otros posibles orígenes: nombres de minerales, como Hierro, Acero; nombres de formas geométricas: Cuadrado, Redondo, Largo, y también, entre otros más, las partes del cuerpo: Barriga, Cabezas o Cabello, y aquí también está Panza.
Satisfechos quedaron amo y criado, quienes, tan pronto el cura salió para sus obligaciones, se olvidaron de tales cuitas y salieron con paso firme en busca de las alforjas para dar cumplida cuenta de los escasos alimentos que en ellas había.
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