Rick Dalton también pasó por Almería. Como Clint Eastwood, Lee Van Cleef, Henry Fonda y Charles Bronson, un buen día cruzó el charco para vestirse de vaquero bajo el inclemente sol de Tabernas. Solo que a diferencia de aquellos, él no pertenece al mundo de los vivos: se ha hecho cuerpo y alma bajo las facciones de Leonardo DiCaprio en ‘Érase una vez en Hollywood’, el último filme de Quentin Tarantino que el Cine Club recupera este viernes (Teatro Apolo, 19 y 21.25 horas) en versión original subtitulada.
Sabemos que Rick Dalton pasó por la tierra del indalo porque Tarantino lo sitúa allí hablando con su amigo y doble Cliff Booth (Brad Pitt) durante el rodaje de ‘Red Blood, Red Skin’, un inexistente western de Sergio Corbucci, en una cafetería de Almería (así aparece en un rótulo impreso en pantalla). Un detalle que no solo muestra el profundo conocimiento, respeto y admiración que el cineasta de Knoxville posee acerca de uno de los géneros más vapuleados por la crítica sino que coloca a Almería en el lugar que ocupaba entonces en el andamiaje del western mediterráneo: una extensión andaluza de los platós italianos.
El encuentro entre Dalton y Booth (trascendental por lo que significará en su relación) podría haber sucedido en cualquier lugar pero Tarantino prefiere subrayar, en un homenaje sincero, que están en Almería. Quizás porque esa Almería de 1969 sea para él un territorio tan mítico como el Hollywood de la época para el común de los mortales. Una Almería que nunca volverá y que encaja de forma natural en una historia que habla, ante todo, de un tiempo perdido, añorado, irrepetible.
Tarantino no busca reproducir esa época con rigor histórico sino recrearla, en el sentido más lúdico del término, desde la cinefilia. Así, la evocación del pasado atrae a los espíritus que pueblan los fotogramas de ‘Érase una vez en Hollywood’: Rick Dalton es un actor en declive, fuera de su tiempo, ahogado por la nostalgia entre carteles de viejos éxitos y papeles perdidos; Cliff Booth, una proyección en sí mismo (solo ‘es’ cuando dobla al anterior a costa de ser invisible para el espectador), habita en una caravana al abrigo de la pantalla de un autocine y ha sido enterrado por la profesión tras un turbio capítulo de su pasado; y Sharon Tate (Margot Robbie) es una presencia angelical condenada a un macabro destino que el espectador ya conoce, pues es la única de los tres que no nace de la ficción.
Con sus idas y venidas por Los Ángeles, en coche y con la radio siempre encendida (la vida es un travelling con banda sonora), Tarantino concentra en esos días de 1969 el ocaso del Hollywood dorado: las chicas de la familia Manson canturreando frente a un mural de James Dean en ‘Gigante’ o Cliff Booth y Bruce Lee dándose de golpes mientras son ‘observados’ por un póster de El Gordo y el Flaco reflejan el fin de ciclo.
En realidad, Rick Dalton nunca pasó por Almería pero Tarantino es capaz de cambiar el pasado. De reescribir desde el cine -a través del cine, gracias al cine- la historia misma. Y desde las alturas, con ojos de demiurgo (en un lugar llamado, claro, Cielo Drive), cierra ‘Érase una vez en Hollywood’. Un hermoso cuento de fantasmas.
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