El pasado 6 de diciembre, se publicó en diferentes medios un artículo de Antonio Felipe Rubio en el que se atrevía a afirmar que el cambio climático, aunque tiene la capacidad de reconocer que existe, no está provocado por las acciones humanas. A estas alturas leer este tipo de opiniones es un poco descorazonador, porque nos demuestra cuánto daño hacen a la Humanidad personajes de la talla del presidente de los EE.UU, por generar dudas sobre la multitud de estudios científicos y datos concluyentes que han demostrado, que aunque se han producido en la Tierra a lo largo de millones de años de forma natural, este, en el que estamos inmersos, está acelerado por el abuso de los combustibles fósiles entre otros muchos motivos y excesos.
Hemos tardado más de cuarenta años en asumir que el cambio climático era real. Ahora que ya las evidencias se nos presentan a diario, nos ponemos a discutir nuestra responsabilidad de lo que está pasando. Negar esta realidad, es hacernos perder las últimas oportunidades que tenemos para minimizar las consecuencias, de paliar las catástrofes que se están produciendo, evitar la cantidad de muertes que suceden cada día, de la desaparición de la biodiversidad, de las alteraciones de los ecosistemas. No actuar, no poner soluciones, es violar la Declaración Universal de Derechos Humanos y nuestros dirigentes, los que favorecen los grandes megaproyectos energéticos para llenar las arcas de sus colegas, los que frenan la transición a las energías renovables, los que no abogan por la reducción de la demanda, deberían ser juzgados por ello.
Que Antonio Felipe opte por creer las teorías proveniente del oligopolio energético que solo busca el enriquecimiento de sus empresas, frente a los reputados científicos, de grandes universidades del mundo, es algo que solo podemos respetar, aunque estemos convencidos de que está equivocado, aunque sepamos que ese tipo de opiniones son grandes mentiras que tiran por tierra todo el trabajo realizado en las últimas décadas. Respetamos las infundadas y perniciosas opiniones, pero lo que no se puede permitir es que se le falte al respeto a todos esas personas, profesores, maestros, grupos ecologistas, familias enteras que están trabajando día a día, para sensibilizar, para que seamos conscientes de la importancia de actuar día a día en nuestro entorno, de poner nuestro granito de arena, de dar pequeños pasos para que la justicia social y climática sea una realidad.
Llamarlos sectarios, fundamentalistas, alarmistas, estúpidos, sobreactuados e hipócritas que solo buscan limpiar su conciencia, es pasar una línea que no deberíamos estar señalando. Catalogar, por muchas comillas con las que quiera suavizarlo, a Greta Thunberg como “la niña del exorcista” es una falta de respeto, que ofende, humilla y denigra, no solo a ella, sino a todos los jóvenes del mundo que creen en ella, en la lucha que encabeza, que lidera, que ha llevado la discusión a todos los hogares del mundo, a los medios de comunicación, a los despachos de nuestros inoperantes, influenciados e interesados dirigentes.
Tantos comentarios denigrantes hacia ella solo denotan el miedo que le tienen a lo que está consiguiendo, a que los jóvenes que están abriendo los ojos, que son capaces de argumentar sus acciones, hagan tambalear el modelo capitalista que nos ha traído hasta aquí.
Y podemos discutir, y respetaremos sus opiniones arcaicas y sin fundamento, sobre el origen del cambio climático, sobre los que recogen plásticos, sobre los que hablan de soberanía alimentaria, sobre la importancia de la descarbonización, sobre la figura de la niña que hace despertar conciencias, que solo sabe decir verdades, que invita a transformar la realidad para hacerla más justa y equitativa para todos, incluidos los que la insultan, pero desde la educación y el respeto. No desde la soberbia y la pobre argumentación de lo encontrado en las redes.
Los plásticos en si no deben porque ser malos si dosificamos su uso, si los recuperamos para que no se conviertan en basura, si los vamos sustituyendo paulatinamente. A las palabras les pasa lo mismo, si no las utilizamos adecuadamente, si las derrochamos, si las utilizamos para dividir se convierten en desperdicios, en despojos, que para muchos solo serán daños colaterales, daños que no deberían producirse, que son inevitables y nos contaminan el intelecto.
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Moisés S. Palmero Aranda