No se entiende, o por lo menos de primeras no se entiende, que un tipo tan enamorado de un país que no es el suyo pertenezca a la 'grey' de los partidarios del Brexit. En efecto, Hugh Elliott, el embajador del Reino Unido en España que nos ha conmovido y enorgullecido con su búsqueda de una buena samaritana española de la que había perdido el rastro hace más de tres décadas, se ocupaba, antes de representar a su nación en la nuestra, de la oficina de Comunicación del Brexit como máximo responsable de ella.
El embajador de Inglaterra (para los españoles el Reino Unido es Inglaterra) es un hombre singular. En realidad, casi todos los ingleses (británicos) lo son, pero si en su país de niebla apenas les azara manifestarlo, pues no está mal visto como aquí ser un poco excéntrico o atrabiliario, al contacto con el sol se les sublima esa tendencia, que es una de las pocas que nunca se reprimieron socialmente en la ex-Pérfida Albión, y Hugh Elliott es un ejemplo acabado de ello. Cabe decir que el verdadero Hugh Elliott se manifestó en toda su naturaleza y magnitud cuando, hace 35 años, se encontró en Burgos sin la bicicleta con la que iba a hacer el Camino de Santiago, pero también sin un duro, y fue socorrido y agasajado por una joven española, Lourdes Arnaiz, la novia de un trotamundos canadiense que conoció en la cantina de la estación burgalesa. Lucía el sol. Durante cinco días, los que duró la espera de la bici que RENFE se tomó con calma hacer llegar, el hoy embajador británico en España conoció el paraíso de la confianza y la hospitalidad: Lourdes le acogió en su casa, le proporcionó amparo, simpatía, lecho y alimento (un alimento, por cierto, a años luz del alimento inglés), y "no me dejaron pagar nada", recuerda Hugh, que añade: "¿En qué país se haría eso con un desconocido?" Reemprendido el Camino, no volvió a saber de ella, pero el buen corazón que usaban los españoles, cálido como la luz de su sol, contaminó el suyo, y ya no se despegó, andando los años, de nuestro país: profesor de inglés en la Universidad de Salamanca, allí conoció a la que sería y es su mujer, María Antonia, y en Madrid, en cuya embajada desempeñó hace años algún cargo menor, nacieron sus dos hijos.
A través de las redes, Hugh Elliott solicitó colaboración para encontrar a Lourdes Arnaiz, la muchacha que le descubrió la luz de la fraternidad, a fin de agradecerle en persona lo mucho que hizo, en sólo cinco días, para ayudarle a ser quien es. Sólo se ha hallado su memoria, pues murió a los 34 años víctima del ELA, pero esa memoria luminosa tal vez le sirva a Hugh para descubrir que eso del Brexit, de cualquier brexit, está de más en el mundo que le reveló su benefactora.
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