Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 30 oct. 2011
Lo peor que le puede pasar a un territorio es que alguien decrete su muerte por indiferencia política, por irrelevancia económica o por inexistencia mediática. Hay provincias, ciudades, pueblos, que están en la geografía pero que, a la hora de tomar decisiones, no forman parte del paisaje colectivo. Sabemos que existen porque sus nombres aparecen en el mapa del tiempo o porque algunos de quienes lo habitan alguna vez clamaron por su existencia y reclamaron la atención de quienes les desdeñaban.
Hasta hace apenas unas décadas Almería sólo era objeto de atención en las páginas de sucesos. Hoy la historia ha cambiado y formamos parte de la actualidad; en la economía, porque somos la provincia más exportadora de Andalucía; en la investigación, porque ocupamos el liderazgo en energía solar e investigación astrofísica; en la producción agrícola intensiva, porque cultivamos un bosque de treinta mil hectáreas bajo plástico; en excelencia en gestión financiera, porque el ejemplo de Cajamar es un modelo de éxito valorado en toda España.
Nunca nadie nos regaló -ni nos va a regalar-nada. Al contrario. Quien ha podido, siempre nos ha quitado. Granada nos colonizó con el conocimiento; Murcia se aprovechó de nuestra torpeza incipiente en los negocios; Málaga nos adelantó en turismo; Sevilla nos condenó al olvido. No es una queja. Es la constatación de que nunca contamos (casi) nada en los escenarios en los que se tomaron (casi) todas las decisiones.
Pero en la consideración de Almería como una provincia de segunda sería erróneo buscar sólo la responsabilidad en los demás. Los almerienses, con nuestra indolencia, con nuestra obsesión por el ayer y nuestro desdén por el mañana, hemos sido tan responsables como los demás. A partir de ahora lo seremos más si no somos capaces de ocupar los espacios que se van a abrir en el tiempo político, social y económico que se vislumbra. Ya no nos vale el síndrome de esquina como coartada.
No tengo ninguna (¿ninguna?; no sé, quizá sea exagerado) esperanza en los políticos, pero sí confío en los almerienses y en su capacidad para mirar al mundo cara a cara. No vienen tiempos fáciles para satisfacer las demandas pendientes, pero si hay alguna posibilidad de no quedar descolgados del tren del futuro es asumiendo que sólo la vertebración de la sociedad civil a través de sus organizaciones nos hará fuertes.
Porque no nos engañemos: para los demás continuamos siendo una provincia del imperio. Para los grandes partidos porque ante las citas electorales de noviembre y marzo no provocamos un interés especial: ya saben el resultado. Para las organizaciones empresariales, sociales y económicas, porque sólo alcanzamos la consideración de franquiciados pero sin derecho a cocina, que es donde se cuecen las decisiones.
La ventaja de Almería es que el imperio se resquebraja y, en su proceso decadente, dejará espacios que serán ocupados por los más rápidos en la acción y los más audaces en la estrategia. La crisis nos ha igualado a todos y Almería no puede continuar mirando a Sevilla desde una posición de inferioridad. Ni en la política, ni en la economía; ni en las infraestructuras, ni en los servicios públicos, ni en nada.
Es cierto que en los últimos años nos han conocido, que ya no somos una provincia de crónica negra de telediario. Pero ahora lo que es preciso, lo que resulta ineludible es que nos tomen en consideración. Y de que así suceda los responsables, los únicos responsables, seremos nosotros. Y en esta procesión que cada penitente aguante su vela.
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