La justicia de los humanos y la del cielo (que no existe)

Javier Adolfo Iglesias
01:00 • 30 ene. 2020 / actualizado a las 07:00 • 30 ene. 2020

Justicia es una de esas grandes palabras con las que cualquiera se llena la boca y el alma. Como les ocurre también a “felicidad” y “libertad” todo el mundo habla de ella con la determinación y fiereza de un soldado. Pero al igual que éste, apenas nadie sabe por qué y para qué hay guerra

Los profesores de Filosofía debemos enseñar a nuestros alumnos estos grandes conceptos fundamentales para la humanidad civilizada. Y con ello, debemos enseñarles también a reconocer la dificultad de querer capturarlos en una simple fórmula. 


Hay tantas ideas distintas e incluso contradictorias de justicia como de felicidad. Si la felicidad es el equilibrio del individuo, la justicia lo es de la sociedad. Que la justicia no se pueda encapsular no significa que podamos renegar de ella porque, como decía Wittgenstein, es como el cauce del río o las bisagras de las puertas. La Justicia es un requisito de la democracia



Una visión firme pero calmada, irónica y nada dogmática de lo que sea la justicia, es necesaria para que de las aulas salgan ciudadanos y ciudadanas conscientes, reflexivos y críticos, democráticos y antitotalitarios.  


A grandes trazos, se podría distinguir dos conceptos de justicia. Uno, el más fácil, es la justicia de las leyes, de los jueces y abogados. La otra es mucho más ‘grande’, elusiva e incluye la anterior. En este caso, la justicia es un ‘telos’ de la sociedad, es una aspiración, un deseo e impulso del ser humano nunca satisfecho del todo, el horizonte al que siempre se dirige la sociedad y nunca lo alcanzará. Un intento sin garantías de mejorarnos. 



Como en tantas otras cosas del pensar, ya en los griegos están todos los términos del debate: desde Calicles a Trasímaco, desde Platón a Aristóteles se ha definido el escenario de la discusión. La justicia busca el equilibrio entre poderosos y débiles, entre gobernantes y gobernados, busca el reparto de bienes, de derechos y obligaciones, de cargas y de aspiraciones. 


Lo importante del debate es ser consciente de que la justicia no viene del cielo, de ninguna divinidad. Porque cuando eso ocurre, los humanos pueden caer fácilmente en la servidumbre y tiranía. Platón lo hizo en su ‘República’ y se arrepintió años después.



El universo es ajeno a la justicia de los humanos. Cuando una plancha de acero cruza el cielo para aplastar a un padre que pensaba en recoger a su hijo del colegio, creemos que la vida no es justa. Cuando un conductor kamikaze se estrella contra un vehículo y mata a una familia entera pensamos que la vida, el universo entero no es justo. 


Cuando las desgracias que no nos merecemos nos sorprenden lloramos y agitamos los brazos hacia el cielo esperando que nos de una explicación un juez celestial que no existe.  Los virus no saben de inocencia, los meteoritos no conocen la justicia humana. El clima del planeta no sabe nada del derecho humano. 


La justicia es solo humana y por ello hay otra visión mundana y cínica, que la reduce a instrumento de los que tienen poder. En esta línea está Maquiavelo, Hobbes o Niezstche.  El superhombre se llama hoy Pedro y su superpríncipe, Pablo. En los pocos días que lleva su gobierno ha lanzado una ofensiva insólita para redefinir el sentido de la justicia, un vuelco de todos los conceptos que yo intento enseñar a los jóvenes ciudadanos. 


Los arreones han sido muchos e inéditos en su osadía y peligrosidad. Iglesias acusó a todo el poder judicial de “humillar” a España; el presidente nombra una fiscal con hilo directo y secreto y el Gobierno en pleno anuncia la remodelación ‘ad hoc’ de un delito para saldar su pacto electoral. 


El Gobierno ha asumido la expresión maligna y falsa “judicialización de la política” y ha prometido desinfectarla como si la justicia fuera un virus. La justicia nació para protegernos también de los gobernantes, primero de los monarcas absolutistas, hoy de los políticos cínicos. 


Corren tiempos convulsos para la Justicia, la única que tenemos, la que es la esencia de la democracia porque nos protege a todos de nosotros mismos. Por eso me conmueve leer en LA VOZ el recurso presentado por los padres del niño Gabriel. Mucha gente no los  entienden, una vez que la bruja ya está condenada. Pero ellos no quieren permitir un solo resquicio, una sola grieta por la que respire la maldad, la injusticia cósmica. Apelan a la justicia de los humanos pero en realidad buscan llegar al horizonte.


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