No confundir, no es Iglesias (Pablo) en salida --que está descubriendo lo que es el poder real, tener capacidad para presentarse donde no le llaman, echar a interlocutores o estar en la mesa negociadora para Cataluña-- sino la católica, el pueblo de Dios. Esta semana se ha celebrado el I Congreso Nacional de Laicos, con asistencia de más de 2.000 representantes de todas las diócesis españolas. Con escasa, por no decir nula, repercusión en los medios de comunicación “generalistas”. Pero no es culpa solo de ellos, también de instituciones que se han “desconectado” y que comunican poco y, en general, mal.
La Iglesia Católica en España está en un momento complejo. Caída de su presencia social, falta de vocaciones, elecciones a la vista en la Conferencia Episcopal, amenazas graves desde un Gobierno empeñado en una operación de marketing político que quiere hacer ver que ser de izquierdas es poner a la Iglesia católica “en su sitio”... El poder socialista lo mismo se pone la mantilla y va al Vaticano que trata de estrangular a la escuela concertada. Por eso este Congreso Nacional de Laicos era importante. Porque empiezan --¿deberíamos decir empezamos?-- a tomar y a exigir el papel que les corresponde como protagonistas y no actores de reparto en la Iglesia y en la sociedad. En el Congreso no se habló de eutanasia, asignatura de religión, IBI, etc., sino de la necesidad de activar el diálogo con la sociedad civil.
El excelente juez de menores, Emilio Calatayud, decía: “Es hora de dar un puñetazo en la mesa con el tema del laicismo. Ante los ataques que hay contra los católicos, yo cerraría tres meses todos los servicios que presta la Iglesia. Que todos los pobres que atiende Caritas, San Juan de Dios, las monjas, vayan a los ayuntamientos o a las comunidades autónomas. ¿La Semana Santa?
A hacerla dentro de las iglesias. ¡Verás que alegría para el turismo, los bares y los hoteles! ¿Dónde está la gente que llegó en el Aquarius a Valencia? En Cáritas”. Y mucho más que todo eso. La Iglesia, sin duda los laicos, tenemos que ponernos de verdad “en salida”. Sin miedos. Con orgullo. Sin privilegios, pero sin discriminación. En la calle, “tocando las heridas de la gente”, en primera fila de la sociedad y de la política. A la derecha y a la izquierda. Ya lo hacen muchos en silencio. Pero no es suficiente.
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