Si se me permite la licencia, hoy no hablaré de sindicalismo o de cómo vemos desde CSIF el mundo laboral en tiempos de Covid 19. Hoy quisiera centrarme en algunos de los efectos que provoca la “situación coronavírica” en las personas. Visto desde la óptica de la ingente información que genera y el fenómeno que está provocando una saturación de datos, cifras, indicaciones, consejos, hipótesis, fake news y un sinfín de noticias que me hace dudar sobre la capacidad que tenemos de gestionarlas adecuadamente, así en líneas generales.
Empecemos destacando que la Covid 19 nos ha traído una gran lección democrática, nadie siente que hay privilegios ante el virus. Este reparto democrático de la posibilidad de contagiarse aparece como una expectativa saludable en la mentalidad común. No es que nos alegremos de que cualquiera se pueda contagiar, sino que, aquí no hay enchufes, no hay exenciones, como tampoco, al parecer, hay prerrogativas sobre el virus.
Así se conforma terreno abonado para el pesimista y para centrar toda nuestra atención en otras culpas, errores u otras formas de apagar nuestra frustración. Cada uno pensamos que las cosas deben y tienen que ser como nosotros creemos y que los demás viven para cumplir con las expectativas que nos ponemos. Alimentar la creencia y el pensamiento constante de injusticia sobre algo, no nos aporta casi nada, si acaso, solo un desahogo momentáneo, como el cierto bienestar que supone pensar que el mal es, o forma parte, de una realidad global. Al menos, reflexionar en el mal colectivo pareciera que calma o alivia en cierta manera el fiasco del pesimista.
Yo prefiero centrarme en el optimismo, en el aprendizaje que las situaciones difíciles nos pueden proporcionar, en la resiliencia. Las fortalezas que nos suministran nuestras preferencias, en lugar de las exigencias que nos enrocan. La realidad, por dura que sea, no debe nublar nuestro entendimiento, por el contrario, debe ser el camino que nos lleve a un mañana mejor. Estamos obligados a continuar caminando y de nosotros depende hacer ese tránsito de manera nociva o en positivo, aprendiendo a controlar nuestra perspectiva de las cosas que suceden y no dejándonos llevar por la negatividad que aumenta nuestra intolerancia y además nos angustia.
Deberíamos tener una actitud de resistencia ante conductas comunes que nos empujan a estar en todos los sitios a la vez, queriendo llenar todos nuestros huecos. Tendríamos que, por el contrario, aprender a disfrutar de las cosas, a saborear el tiempo y el espacio, sin tener necesariamente que completar toda esta “nueva era” con una actividad frenética.
En esta etapa de prevención y distancia, hemos pasado de un agitado apresuramiento en nuestro quehacer usual, a un estado de impaciencia intempestiva que desordena nuestros pensamientos. Las rutinas nos alimentan y este confinamiento nos ha proporcionado tantos nuevos hábitos, que nos acaban estresando. Aunque el ser humano tiene una gran capacidad de adaptación a las circunstancias, un mal enfoque de la alteración cotidiana actual, nos provoca tal desconcierto mental que nos podría inducir a la depresión.
Hay una frase de Pascal que parece hoy más relevante que nunca: “la infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación”. Con ella nos pretende revelar el vacío interior del ser humano, que busca llenarlo con estímulos externos, desaprovechando la oportunidad de ser libre conociéndose así mismo.
Por tanto, hagamos de la necesidad virtud y tomemos la enseñanza de este prodigioso genio como una oportunidad que nos brinda el confinamiento para tener un poco de vida interior contemplativa, para sosegar nuestra intimidad, para conservar energías e, incluso, salir fortalecidos y renovados de la crisis.
¡¡¡Quédate en casa y fortalece tu interior!!!
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