Priorizando siempre y por encima de todo la salud (solo los iluminados de espíritu y los necios de inteligencia la ponen en peligro y en España hay muchos, que se lo pregunten a Bosé), nadie puede dudar que una de las grandes víctimas del Covid es la economía. Almería no es, como en casi nada, una excepción, pero en lo que debemos perseverar es en volver a serlo, como ya lo fuimos durante los meses en los que navegamos sobre la primera gran ola.
Durante el tsunami de primavera la agricultura almeriense dio un ejemplo al mundo de cómo se puede mantener a flote e intacto un sector tan grande como el agroalimentario. En marzo, abril y mayo miles de trabajadores mantuvieron la movilidad entre sus lugares de residencia y las empresas con la misma rigurosidad que lo hicieron bajo los invernaderos o sobre el cemento de las líneas de manipulado de las comercializadoras. Miles de camiones salieron cada día desde el poniente y el levante de la provincia llevando hasta el lugar más lejano de Europa millones de kilos de hortalizas. Las oficinas, la industria auxiliar, todo, funcionó con una precisión más cercana a la tecnología de un reloj suizo que a la anarquía, tan propia, del sur del Sur.
La inquietud que preocupa ahora, en este umbral previo al inicio de campaña y con los datos disparados en las comarcas más agrícolas y en el sector de los inmigrantes ( siete de cada diez positivos en El Ejido lo son; los datos son esos), la duda que nos inquieta, digo, es si aquella excepción de la primera ola de ningún brote en ningún espacio de trabajo compartido, podrá mantenerse en la campaña de otoño. Nadie tiene la respuesta.
Y ante ese vacío irremediable de certezas- todo el mundo lo tiene es esta pandemia- lo que es imprescindible hacer es recuperar lo que se hizo bien en aquellos meses, mejorarlo, y poner en práctica nuevos protocolos que garanticen, aún más, la seguridad.
Almería no puede tolerar que ningún irresponsable ponga en riesgo la reputación de su prestigio agrícola y de su seguridad alimentaria. Las administraciones, desde la consejera al presidente de la Diputación pasando por todos los alcaldes, llevan meses trabajando en la búsqueda y puesta en práctica de estrategias que acorralen la expansión del virus; también los representantes agrícolas están inmersos en esa estrategia de guerra preventiva frente a un enemigo invisible pero que puede ser determinante para el desarrollo de la inminente campaña.
Un desarrollo que no afectará sólo en la cuenta de resultados del sector, sino en la economía de todos los almerienses. Hay por tanto que extremar todas las medidas y hacerlo con contundencia y con rigor. La contratación de trabajadores en el amanecer de las rotondas debe desaparecer de una vez por todas utilizando la capacidad coercitiva de las fuerzas de seguridad y la capacidad sancionadora establecida en la ley. El Covid es un enemigo peligrosísimo, pero su capacidad infectiva tiene en el descontrol de sus potenciales portadores su mayor y mejor aliado. Hay que imponer con todos los medios que sean necesarios que los infectados cumplan la cuarentena y solventar los problemas de hacinamiento que facilitan la expansión de los contagios. Hay que acorralar el virus y, en ese objetivo irrenunciable e imprescindible, no se pueden escatimar ni medidas ni medios.
Ha llegado la hora de que la otra cara de la moneda de la agricultura (cada vez más pequeña, es cierto, pero que todavía existe) deje de viajar en la anormalidad. Hay que dar un salto adelante impidiendo situaciones de peligrosidad extrema. ¿Que esas decisiones serán incómodas para algunos? Sin duda. ¿Que serán bastantes los que no las comprendan porque perturban sus intereses inmediatos? Nadie lo duda. ¿Qué la convivencia de culturas distintas dificulta el entendimiento y el cumplimiento de las normas en demasiadas situaciones? Es evidente.
Pero lo que nadie puede poner en duda es que una cadena de contagios bajo los invernaderos o sobre el cemento de los almacenes pondría en riesgo el principal pilar de la estructura económica de la provincia y el trabajo realizado durante los últimos cincuenta años logrando ser un ejemplo construido sobre la sangre, el sudor y las lágrimas de quienes han transitado el camino desde aquella miseria a esta prosperidad.
El Covid es un enemigo cruel. No demos ninguna facilidad, ni una sola para que pueda destruir nuestra imagen de potencia agrícola en los mercados. Nuestros competidores acechan y una muestra de debilidad acabaría costando mucho más caro que la implantación de todas las medidas que hay que tomar ya, con urgencia y con rigor. Y en esa tarea nadie esta libre de responsabilidad. De que cada uno la cumpla depende que esta segunda ola y las que vendrán no acabe poniendo en peligro el futuro.
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