Taxidermia

Nueva entrega de la serie de artículos ‘La última francachela’

Lola Flores en un fotograma extraído del spot de una conocida firma de cervezas.
Lola Flores en un fotograma extraído del spot de una conocida firma de cervezas.
Cristina Torres Ripoll
07:00 • 03 feb. 2021

Del nuevo anuncio que nos ha devuelto a Lola Flores me gusta todo, menos la cerveza que se publicita. Tengo un recuerdo recurrente de mi niñez -lo que me hace dudar de su condición de verídico- y es el de la Faraona explicando en una entrevista que ella querría que la disecasen cuando muriera. La tendrían en el salón de casa y eso le permitiría seguir estando con sus hijos. ¿Qué indómita postura elegiría para la eternidad? ¿Le hubiese acompañado la bata de cola? Lola y yo compartíamos un mismo deseo: el de ser eternas. Creo que fue en ese instante en el que fui consciente de lo finito de mi ser. ¿Se imaginan una niña de cinco años tanatofóbica? Esa era yo.



Luis García Montero, en su ensayo Las palabras rotas, esboza una nueva forma de embalsamar la vida al afirmar que el deseo de contar historias era un acto de rebeldía contra la muerte y el olvido. Supongo que entender las letras como una técnica taxidermista fue lo que me empujó a ser periodista. Más allá de contar historias, quería que estas permaneciesen. En mis inicios, hubiese querido ser Ryszard Kapuściński, pero ser corresponsal de guerra no era compatible desde que el conflicto de Irak se televisó como si de un videojuego se tratase. ¿Cuántos corresponsales de guerra frustrados esconde el nuevo periodismo? Creo que los columnistas de ahora son los corresponsales de guerra que no pudieron llegar a la trinchera o quizás nuevos taxidermistas buscando la eternidad.



Cerca del primer aniversario de la muerte del periodista David Gistau, he tenido le oportunidad de releer algunas de sus columnas. Esos artículos siempre serán eternos. En Del Martini al meconio, quizás el más revelador, Gistau escribe: “Por primera vez en mi vida, temo morir”.  Al final, los juntaletras somos un puñado de tanatofóbicos. Si ahora mi profesor de Comunicación escrita me hubiese preguntado a qué aspiraba en el periodismo, hubiese pasado de Kapuściński. Le habría contestado: “A ser eterna. A ser Gistau”. Si finalmente me disecan, quiero que sea sentada, leyendo y con un vermut. Les espero.








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