Solemos mitificar el pasado y, en especial, la infancia, que es ese patio de Sevilla y tal, que decía Machado. Y tratamos de ver el presente de nuestros hijos con el filtro de aquella juventud que ya no volverá. Y pensamos que las carencias de entonces serían las enseñanzas de hoy. Tal vez tengamos razón. Pero, ¿no ha sido así en todas las épocas de la Humanidad? Y, por otro lado, ¿no era la abundancia y el bienestar lo que deseábamos para las siguientes generaciones?
Es fácil mirar atrás y sentirnos incomprendidos ante los más jóvenes, que se manejan con destreza en las exigencias de la modernidad. A ellos les han tocado tiempos difíciles, como les tocaron a nuestros padres y abuelos y seguramente también a nosotros. En realidad, a mi generación ya nos han convocado dos crisis de turbulencias atómicas y todavía aguantamos sobre la cubierta. Y las que habrán de llegar. De esto quería hablar: del pasado, el presente y el futuro, que es de lo que va esta cosa de la vida.
El hedonismo del siglo XXI ha dado paso a un estoicismo que nos permite sobrevivir a los desafíos del coronavirus y a la vacilante economía, que amenaza ruina para muchas personas. El filósofo alemán de origen surcoreano, Byung Chul-Han, dice que hoy no estamos disfrutando “la buena vida”, porque sobrevivir requiere un elevado grado de tensión, aunque esta supervivencia implique andar apostado tras la puerta de casa esperando que el virus claudique y se marche de una vez.
El mismo estoicismo que postulaban Marco Aurelio y Séneca gobiernan en este momento nuestras vidas. No por devoción sino por necesidad. La penosa situación social y económica invoca una forma de pensamiento clásica, en concreto romana, lo que significa que el ser humano encierra profundas adherencias con su propio pasado. Dicho de otra manera: la Historia siempre se repite, a pesar de los avances de la ciencia y la tecnología. No estamos a salvo de epidemias ni de debacles y para muestra el botón de este bienio 2020-2021. La distopía fue un invento de la literatura y del cine de ciencia ficción para nuestro solaz y entretenimiento y supongo que para estar a salvo de nuestros propios miedos.
Volviendo a Roma, que es el imperio por antonomasia y cuna junto a Grecia de nuestra civilización, no resulta difícil imaginar que debieron sentirse tan importantes y seguros como nosotros. Hasta que llegó su caída. Naturalmente, a Occidente le llegará su momento, esperemos más tarde que pronto, pero debemos asumir que la grandeza y el esplendor no son eternos. Razón de más para que dejemos de lamernos las heridas y miremos al futuro con responsabilidad. Entonces, habrá que ver cómo afrontaremos el fin de la pandemia. Dicen que vendrán otros felices años veinte. Más hedonismo, o sea. Pero el mundo va tan rápido y todo es tan imprevisible que cualquier pronóstico viene a ser papel mojado. Carpe diem…
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