El otro día me vestí de ilusión, como siempre que tengo la oportunidad de participar en un curso, para hacer una introducción sobre la Agenda 2030. Dado que estamos aún en pandemia el aula era virtual, la sesión no iba a durar más de una hora y pico, un martes por la mañana. Los asistentes, una veintena de un total del doble de inscritos a esta sesión de formación gratuita para sus bolsillos, iban sumándose al sistema y cumpliendo con el protocolo de entrar al aula con los micros apagados. No se oía ni una mosca, ni chocando contra la pantalla de sus móviles u ordenadores...
Solo un alumno puso la cámara, así que la pantalla que yo veía como profesor era mayoritariamente parecida a la página de esquelas de un periódico, pero con fondo negro y sin las cruces encima del nombre de los occisos. La escena y el silencio suma realismo a la metáfora del camposanto y a predisponerse a una especie de confesión con el sumo hacedor. Un ateo asumiría esta escena como una preparación de un tema de oposición.
Y sólo una alumna, afortunada o desafortunadamente, se dejó el micro abierto y ella, claro, no lo sabía. No había pasado ni diez minutos de mi disertación, cuando se oyó de fondo una voz femenina y somnolienta, algo así como:
- “¡...buff, el plasta este, vaya rollo que está metiendo, esto no hay quien lo aguante, la virgen santa!”-. En ese momento, sin saber cómo reaccionar pues es la primera vez que oigo este comentario ni como profe ni como alumno, sólo se me ocurrió decir algo así como un ruego a apagar los micros para evitar que haya ruidos que no permitan escuchar mejor lo que se estaba contando. Y seguí con mi rollo, disimulando una sensación de haber sentido un jarro de agua fría. Sí, tenía ese vestido de ilusión con el que había empezado, empapado y helado. Mis alumnos pasaron en mi mente a otro estatus, me parecía que estaban ahí perdiendo el tiempo, cautivos por no se qué razón y evidentemente, lo que estaba transmitiendo me daba la sensación de ir directamente a la ciberbasura.
Sin embargo, aun con la impresión de estar siendo absorbido por el agujero negro de los profesores-on-line-plastas y sabiendo que nadie me oía, salvo un alumno que puso algo en el chat, el comentario de la alumna me sirvió como revulsivo para, de repente, sentirme vivo, solté las amarras del tedio e imaginé y practiqué el sano ejercicio de la provocación, ya fuera con chistes malos (el de los indios contando chistes a través de números, muy útil para ilustrar la numeración de los ODS, a ver cual podría tener “más gracia” en sus organizaciones) , confesiones privadas, alegatos al valor de la Agenda 2030 para sus trabajos, invitaciones a responder a preguntas sobre lo que estaba contando, y hasta concitándoles a participar en alguno de los trabajos que hago desde donde estoy trabajando como ellos, como Agente de Desarrollo Local en un pueblo. Toda esa lucha fue fútil e inútil. Nadie dijo nada.
Algunas conclusiones me asaltan sobre esto de la formación online que quiero compartir con quien haya llegado hasta aquí...
1) la formación debería ser vista como el agua para quien tiene sed, no para quien no tiene necesidad de ella, 2) los cursos presenciales son un lujo maravilloso al que volveremos poco a poco y donde valoraremos hasta la mosca que ahora ya no chocaría contra la pantalla del móvil, sino contra una pizarra, ese lugar al que poder invitar a los alumnos a expresar sus pensamientos, 3) tenemos mucho margen de mejora en la formación on line, para los fabricantes de herramientas on line y para los que elaboramos contenidos y, sobre todo, para los que hacemos de profesores, para aprender a hacer atractiva la presentación de contenidos y 4), sería bueno rescatar eso del Acuerdo Formativo que hacíamos en la Escuela de Animación de la CAM. Se trataba de un documento firmado por los alumnos y profesores, donde se acordaban los contenidos que se deseaban aprender, el compromiso por la participación (en caso de ser parte de la formación) y, quizás en este mundo ciber, estableciendo en dicho Acuerdo la norma de poner la cámara web como parte del compromiso de participación y respeto por los compañeros ... como indicando que estás ahí como los demás, interesado en aprender, dando valor al curso. ¡Ah!, por supuesto, en dicho Acuerdo se incluiría el compromiso de evitar hacer ruido o comentarios sobre el profesor u otro alumno, cosa que se debe hacer en una evaluación privada y requerida al final de la sesión.
Siguiendo el eslogan de la Agenda 2030 que comentara en aquel día que me vestí de ilusión, la formación debe, en suma, ser vista como un ejercicio para no dejar a nadie atrás.
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