El rechazo de una parte de la sociedad a la verdad y el rigor que debe encarnar el periodismo es fruto, indudablemente, de algunas malas prácticas llevadas a cabo por periodistas y empresas, digamos, de discrecionales criterios éticos.
Personas capaces de deformar y moldear la información para obtener mejores resultados de audiencia, que recuerdan la inquietante película estadounidense ‘Nightcrawler’, sobre los bajos fondos de la televisión y el amarillismo. Lo hemos visto estos días en torno al terrible caso de las niñas de Tenerife, pero ya nos ocurrió con el pequeño Gabriel y la desenfrenada carrera de los medios por conmocionar todavía más a los ciudadanos.
Sin llegar a extremos como el dibujado por Mario Vargas Llosa en su libro ‘Cinco esquinas’, donde el inmoral Vladimiro Montesinos, brazo derecho de Fujimori, aparece como el urdidor de oscuras y criminales tramas, algunos medios de comunicación españoles están desbordando el periodismo para convertirlo en una telenovela sin necesidad de guion. La propia realidad va suministrando los ingredientes para que el formato sea una exquisita carnaza informativa, digna de los mejores comedores de chuletones al punto.
Nos estamos acostumbrando a que los sucesos más escabrosos ocupen no solo el ‘prime time’ sino toda la parrilla horaria de la tele, lo que significa que acabamos contaminándonos de los pavorosos detalles que acompañan estas noticias. Y los niños no son ajenos a ellos. Porque lo ven y escuchan. Porque sus padres reciben aterrorizados los datos más siniestros, como si asistieran al relato de una novela de terror por capítulos, y los pequeños se enteran de todo, naturalmente. Les estamos trasladando nuestra ansiedad y nuestros miedos.
Del mismo modo que un familiar mío es incapaz de ver películas sobre el Holocausto judío perpetrado por los nazis a mí me ocurre igual con estas noticias donde las víctimas son niños. Cambio de cadena o apago la televisión o la radio. Lo de Gabriel me afectó tanto y creo que a millones de españoles también- que me dejó una cicatriz de la que aún no me he repuesto, francamente.
Pero de aquella tragedia que los almerienses sentimos tan cerca nos quedó, sin embargo, la fortaleza de una madre, su lucha para transformar el odio en amor. Patricia Ramírez es hoy una admirable defensora de la protección de los menores y su voz es fundamental para que los medios de comunicación entiendan que hay fronteras que no deben traspasarse. Y si la prensa ha de aprender de ello también los ciudadanos deberíamos ser conscientes de que la información que consumimos no puede cebarse de dolor y rabia. Tenemos la opción –y la responsabilidad- de elegir aquellos medios que no trasiegan con las emociones del personal con el fin de mejorar sus cuentas de resultados. El amarillismo es la derrota del buen periodismo.
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