Los ‘baby boomers’ somos muchos españoles pero no nos echaban cuentas hasta ahora, cuando en los últimos días los periodistas milenial nos han dado protagonismo por nuestra jubilación.
Del Escrivá ministro de las pensiones al otro Escrivá, el de Balaguer con sotana. Los de esta generación somos hijos del Opus Dei. Aquellos ministros tecnócratas de Franco buscaron el crecimiento económico como una ofrenda a Dios y en cambio le salimos una descreída clase media dominguera y festiva ‘in aeternum’. Los ‘babyboomers’ llegamos a nuestras casas junto a neveras, lavadoras y seíllas. ¡Y las suecas!
Crecimos en y vivimos un auténtico cambio en España. Hemos sido la primera generación crecida en el consumismo, la primera con una pantalla como niñera, la que hizo acuñar la expresión ‘paro juvenil’, la que protagonizó la Movida y fue laminada por las drogas. Son niños del desarrollismo José Mota, Fernando Simón, los Mecano, el rey Felipe, Alex de la Iglesia o Rodríguez Zapatero.
Aunque somos muchos y dormíamos en litera, la cantidad no es lo definitorio de nuestra generación. Dentro de la icónica ‘La gran familia’ (1962) Chencho y el señorito Críspulo son ‘baby boomers’ pero no lo son los hijos más mayores.
Hemos vivido entre otras dos generaciones que nos han desdibujado: la anterior es la de nuestros hermanos, primos y tíos mayores que hicieron el PREU y con sus sueños rojos llegaron al poder con Felipe González. Luego nos sigue la cohorte nacida ya en los años 70, que disfrutaron los 80 como niños. Estos nos han tapado. Ahí está el ‘boom’ nostálgico de ‘Yo hice la EGB’, colonizado por esa generación posterior, la de los Goonies, ahora que ha muerto Richard Donner.
La clave es que los ‘babyboomers’ hemos sido los últimos en vivir aquel mundo antiguo de nuestros padres y abuelas, ese sólido que tan bien describe Muñoz Molina. Y lo dejamos perder. Fuimos los últimos y los primeros. Los últimos en dedicar un disco por la radio y los primeros en acudir a un gran concierto como aquel de Miguel Ríos. Los últimos en hacer la mili y los primeros con objeción de conciencia; los últimos en jugar en la calle y los primeros en usar la computadora.
Pasamos del confesionario y los rombos en televisión a ir al cine a ver las películas de destape y las clasificadas S. El sexo, tan liberador entonces y que vuelve a ser tan sucio hoy. Muere Rafaela Carrá y leo a los milenials que la elevan a icono de la libertad, incluso del ‘Elegetebeísmo’. Son los mismos que aborrecen la Transición y la Constitución.
Somos una generación fracasada por ello, nuestro fracaso es objetivo y repercute en todos. Hoy España no tiene historia por nuestra culpa.Teníamos que haber sido un ancla, una cadena de transmisión. Si mi abuela con un sencillo beso a un trozo de pan duro me supo transmitir el hambre y la Guerra Civil, ¿por qué nosotros no hemos sabido conservar el sentido del tiempo y pasar lo mucho bueno del pasado? Ya es tarde.
Desde hace años el pasado ya no se vive por nuestra culpa sino que nuestros jóvenes lo recrean en una foto fija sin vida y mucho moralismo. La cultura de la cancelación es un grito desesperado de los que tienen menos de 40 años por recuperar el sentido del tiempo que no supimos conservar y transmitirles.
Lo lúdico de los ‘baby boomers’ se impuso a cualquier otro aspecto de la vida y es el único hilo con el que mantenemos algo de continuidad. Por eso no ha habido como antes choque generacional con nuestros retoños de la Generación Z. Porque soñábamos con el zapatófono del Superagente 86 y hoy se lo vemos felices a nuestros hijos en sus bolsillos.
No nos merecemos cobrar pensión. Imposible que no fuera un ‘babyboomer’ como Javier Sardá el que popularizó el cínico mundo friki y de los falsos debates. ¿Y qué decir de Alex de la Iglesia o Santiago Segura? Este supo ver antes que la Policía la semilla de maldad que llevábamos dentro junto a José Luis Moreno y su Monchito, quien junto a Rodolfo, podrían convertirse en otros iconos pioneros para los jóvenes de hoy.
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