Sebastián Delgado Palomares

En el año 66 tuvo un papel destacado en el incidente nuclear de Palomares

Alberto Gutiérrez
07:00 • 08 ago. 2021

La semana pasada escribí sobre mi abuelo paterno y hoy voy a hacerlo sobre el padre de mi madre, Sebastián Delgado Palomares, cuya vida fue una constante aventura. Luchó en la Guerra Civil, donde protagonizó heroicos actos, y en la posguerra se hizo piloto militar y salió ileso de varios accidentes graves. Algunos de sus compañeros se estrellaron y fallecieron porque la fiabilidad de aquellos aviones era más bien escasa. Por eso y por muchos otros motivos mi abuelo ha sido siempre para mí un héroe.



Los días que tardaba en llegar a casa mi abuela Marita, naturalmente, se ponía muy nerviosa. Telefoneaba a la base aérea de Armilla, donde fue director muchos años, por si le había pasado algo. La suya era una vida casi de torero. Pero además de volar en aquellas tartanas de posguerra realizaba acrobacias espectaculares, pasaba por debajo de puentes, hacía caídas en picado, etc. Un día, mis padres viajaban en coche desde Granada a Lanjarón y mi abuelo les acompañó desde el aire. Creo que a mi madre estuvo a punto de darle una alferecía.



Por otra parte, fue instructor de vuelo de muchos pilotos militares que luego serían pilotos comerciales y a los que un primo mío, auxiliar de Iberia, conocería años más tarde. Le contaron mil anécdotas divertidísimas y surrealistas de mi abuelo que hoy serían prácticamente impensables. Como aquella vez en que se puso en la pista de aterrizaje mientras el barbero le afeitaba y a los alumnos que manejaban los aviones les gritaba desde el asiento que volasen más bajo. “¡Lo oíamos perfectamente!”, le decía, entre risas, uno de los pilotos a mi primo.



 



En el año 66 tuvo un papel destacado en el incidente nuclear de Palomares (ironías del destino, se apellidaba igual), pues fue enviado como juez militar al día siguiente de la fatídica mañana en que cayeron las bombas en la pedanía de Cuevas del Almanzora. Por supuesto, se contaminó de plutonio como el que más. Hace un tiempo me contaba Miguel Ramírez Zea, quien fuera director de mi colegio, el Arco Iris de Aguadulce, que yo, con seis o siete años le dije: “A mí abuelo le ha caído una bomba, creo que atómica, pero no estoy seguro”. Había oído algo de las bombas en casa…



Desgraciadamente, un cáncer de pulmón (causado por el tabaco o por el plutonio) se lo llevó demasiado pronto, pero su vida, que tuvo grandes alegrías, pero también profundas penas, dejó una impresionante huella en sus nueve hijos, en toda su familia y, por supuesto, en todos sus amigos y compañeros. Aún tengo grabada su voz, cuando me llamaba Napoleón Bonaparte, me chinchaba y me hacía llorar y luego volvía a él para buscarle las orejas. ¡La de cosas que le hubiera preguntado hoy de su azarosa e increíble vida!  





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