En las noches de verano de la infancia descubrió el olor del jazmín y el espliego y ese constituyó el comienzo de sus aspiraciones más nasales. Por las fosas de su nariz atravesarían como golpes de mar fuertes olores, pero también agradables fragancias, como el de la primera chica que besó y de la que ya no recordaba casi nada, salvo el perfume dulzón y penetrante de su cuello. No volvió a oler algo parecido, pero a veces le llegaban bocanadas a un recodo de su cerebro, que vibraba como las paredes de su casa cuando la selección española marcaba un gol y todo el edificio se quebraba.
Rememoraba los episodios de su vida con el archivo prodigioso de su nariz regia y elevada: el olor a salitre del verano, a fiambrera y bocadillo de queso en la montaña en primavera, a las casas de los amigos cuando niño, pues cada hogar se ambientaba a su manera.
Un día empezó a perder el olfato. Hasta que una mañana el olor del zumo de naranja y tostadas con tomate y albahaca del desayuno se había marchitado por completo. Aquella jornada perdería el sentido del olfato, pero encendería la mecha de su memoria. Fue rescatando numerosos momentos de su existencia desde la mismísima nariz, como un Cyrano de Bergerac de las fragancias.
Tomó una primera libreta y luego otra, y fue anotando la descripción de cada uno de ellos, con palabras bellas y precisas: desde aquel primer beso de juventud hasta el reciente abrazo de su hijo de tres años. Encontró perfumes que habían permanecido escondidos en su mente. Se sentaba en el sillón de la biblioteca de su casa y el mar embravecido de los recuerdos afloraba todos los humores.
Elaboró un archivo de cientos de olores a través de la escritura y descubrió de sí mismo algo más que la memoria. Comprendió que la vida guarda más grandezas que miserias, que el talento sin voluntad no sirven para nada. Entendió, al fin, que nunca hay que bajar los brazos y que con sólo cerrar los ojos puedes encontrar tu propio paraíso. Pero que, probablemente, ni siquiera tienes que cerrarlos, porque todo está delante de ti. Sólo tienes que agudizar el olfato.
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