La publicación el pasado miércoles por este periódico de la aprensión de 487 kilos de cogollos de cannabis en Roquetas y Vícar contenía un matiz que no puede pasar inadvertido. La noticia tenía la apariencia de ser una operación más, otra más, en la cadencia ininterrumpida de golpes al narcotráfico que cada vez se extiende por más territorios, más barrios, más viviendas y más invernaderos de la provincia. Pero no era una noticia más. La información de Javier Pajarón contenía un elemento relevante por lo que ya anunciaba en su titular. Esta vez los detenidos tenían su origen en Albania y el número de ellos, quince, desvelaba un perfil inquietante: la mafia albanesa ya ha echado raíces en nuestra geografía. El dato no es de menor cuantía.
En la misma noticia el experto en investigación y sucesos de este periódico se hacía eco de una información oficial de Europol en la que la agencia policía europea señala que al Albania es la mayor potencia en la producción y distribución de marihuana en Europa. El informe oficial de la policía europea acababa señalando que los grupos albaneses cooperan con otras organizaciones criminales en Austria, Croacia, Grecia, Hungría, Italia, Rumanía, Suecia, Turquía y Reino Unido. Lo que no añadía el informe policial es que en una provincia perdida en el sur de Europa los narcotraficantes albaneses también habían establecido ya su campo de operaciones criminales.
La llegada de narcos procedentes de Albania o desde otros países solo era - ¿y es? ¿y será? -cuestión de tiempo. La calidad y cantidad de la marihuana que se cultiva en Almería está tan cotizada en los Ibex europeos de la droga que los mayores cultivadores y distribuidores no iban a dejar pasar la oportunidad de establecerse aquí, ampliando el círculo mafioso que cada vez se acerca y cerca más a la provincia. La mafia albanesa ha llegado desde el norte para ampliar la estructura criminal que ya existía.
A las mafias de la inmigración que explotan la huida de la miseria y el desamparo de los que pretenden llegar a Europa desde África, se les unió hace años la mafia rusa con la trata y explotación de mujeres obligadas a prostituirse. Un tren de llegada que pronto se vio ampliado con la vertebración apresurada de incipientes bandas locales y, más tarde, con la salida a la escena criminal de la mafia rumana. Aquellos mafiosos llegados desde Italia en los años 80 que tanta leyenda construyeron alrededor de sus disputas locales se antojan hoy como unos vulgares aprendices si caemos en la tentación de compararlos con el entramado mafioso actual.
Las fuerzas de seguridad, Policía y Guardia Civil están llevando a cabo un trabajo extraordinario, que nadie lo ponga en duda. Y, para quien lo haga, ahí están los resultados diarios de incautación de droga y de detenciones continuas. Pero lejos de caer en el error de la complacencia por los continuos golpes al narco, lo que hay que considerar- y en eso insisten quienes están en ese frente de batalla permanente- es que las operaciones llevadas a cabo con éxito son solo la punta de un iceberg delincuencial en el que lo más peligroso es lo que se está vertebrando y consolidando bajo la oscuridad de un mar lleno de narcos que permanecen ocultos.
Almería no es Chicago, que nadie se alarme. Pero su situación geográfica como frontera con África, su complejidad social, su composición interracial, su diversidad multinacional y su estructura productiva configuran un escenario más que propicio para persuadir a los grupos criminales de que aquí encontrarán lo que en otros territorios les sería más difícil.
Todavía no estamos asistiendo al drama de una provincia dominada por las mafias, pero tampoco es una comedia de enredo protagonizada por simpáticos marihuaneros que se ganan la vida cultivando la droga que tantas canciones inspiró. A la serpiente hay que cortarle la cabeza antes de que su crecimiento sea tan abrumador que resulte imposible exterminarla. La práctica delictiva de las organizaciones que ya operan en nuestras ciudades y barrios, desde el Sabinal a Palomares, desde Los Vélez hasta Adra, desde las habitaciones ocultas en El Puche o en el centro de cualquier pueblo o ciudad, ya están contando desde hace tiempo con la complicidad de sus entornos sociales y con la colaboración de agentes de los cuerpos de seguridad que luchan contra ellos, algunos de los cuales ya han sido detenidos y les espera, no solo el escarnio por haber insultado el uniforme, sino la cárcel durante años. Un círculo perverso que hay que cortar de raíz, sabiendo que, aunque no se podrá erradicar, sí al menos acotar su campo de actuación y la facilidad con que hasta ahora lo han hecho.
Para lograr que este entramado policial contra las mafias continúe creciendo en eficacia es preciso que Almería cuente con más medios humados y técnicos.
No quiero pecar de pesimista, pero tengo la sensación de que estamos empezando a llegar tarde a la cita en ese campo de batalla.
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