La información meteorológica de las últimos días nos ha trasladado la benevolencia de Blas para con nuestra provincia, actitud que es de agradecer dado el ensañamiento que, en ocasiones pasadas, han mostrado algunos de sus más inmediatos hermanos o hermanas cuyos nombres se han escrito con tinta dañina sobre el papel de nuestro suelo patrio: Filomena, Dora, Bárbara…
En el caso de Blas -cuya nominación trae a mis entendederas la figura del tío de un buen amigo, a quien le atribuyó tal epíteto por su supuesta simpatía con el ideario ultraderechista del extinto fundador y dirigente de la extinta Fuerza Nueva, y también a un desaparecido concejal apuntador de mi pueblo- hay que reconocer que ha tenido la amabilidad de no entregarse al besuqueo de nuestro litoral y, por supuesto, dejar al arbitrio de Eolo sus innumerables y bravas manifestaciones. En estas cuitas deambulaba el pensamiento cuando, una vez más, la patria despoblada llamó a la puerta de mi aflicción ante el desolador paisaje del inexorable erial en que se ha convertido el mundo rural que con un setenta por ciento del territorio nacional acoge tan sólo a poco más de cuatro millones de conciudadanos, en tanto los cuarenta y dos millones restantes se concentran en el treinta por ciento de zonas urbanas. Como remedio paliativo a tan evidente realidad se ha echado mano de la nueva ruralidad, un concepto sobre el que se viene trabajando hace algunos años desde diferentes ámbitos.
Es cierto que en la actualidad hay un interés por el mundo rural y por habitar en el medio rural, pero ahora se vivirá en este entorno de una manera diferente a como ha ocurrido hasta ahora. Se trata de construir una nueva realidad, la de unos pueblos y unas tierras como los queramos imaginar, aunque es obvio que cada provincia, cada comarca nos ofrecen una diversidad que nos llevará a la necesaria utilización de modelos y recetas propios para cada caso con el objetivo común de hacer frente al reto de la despoblación. Un desafío en plena revolución tecnológica que ha cambiado nuestro modus vivendi y que nos plantea además la necesidad de lograr una sostenibilidad global, para lo cual es imprescindible que las zonas rurales estén pobladas y que en las mismas se mantengan los servicios ambientales que se prestan en los demás territorios del país.
Una de las iniciativas para afrontar esta problemática es la Feria Nacional para la Repoblación de la España Rural –Presura- que en su quinta edición se ha celebrado durante este pasado fin de semana en Soria, donde ha contado con unos sesenta expositores de veintitantas provincias y que se ha querido centrar en poner de relieve el papel de la mujer rural. Numerosos proyectos e ideas tangibles e innovadoras se han dado a conocer, todos ellos con el fin último de asentar población en los enclaves deshabitados. Pero esa disposición positiva para conseguir la repoblación de las regiones españolas azotadas por el abandono, la emigración y el envejecimiento no es ajena a los muchos riesgos que la acechan. Las paulatinas carencias que padecen los núcleos rurales, sobre todo en el interior geográfico, han improvisado actuaciones y suplencias de emergencia que en lugar de acoger una entendible provisionalidad tienden a perpetuarse en el mejor de los casos. Las ambulantes “oficinas” bancarias son ya historia reciente en muchas localidades, y un importante número de servicios han quedado mermados o, simplemente, han dejado de prestarse. Con tal panorama, no falta ya quien ha visto en estas necesidades la posibilidad de hacer pingües negocios en nombre de acercar la atención y asistencia a los vecinos de estos enclaves, que siempre debe de corresponder al sector público.
Es el caso de las unidades móviles de telemedicina que algunas sociedades privadas han testado ya en determinadas comunidades como Madrid, pero que pretenden llevar en los próximos meses al resto del territorio español. Se trata de que cualquier vecino tenga acceso domiciliario a determinadas pruebas diagnósticas como radiografía, electrocardiograma, exploración dermatológica, ocular, etcétera…previo pago de su importe. A primera vista puede ser un loable servicio que merece todo reconocimiento, pero endosa a la administración sanitaria pública una pésima reputación, al tiempo que la cuestiona desde todo punto, ya que debería de ser ésta la que se planteara ofrecer dichas prestaciones, al igual que debieran hacer las demás administraciones con sus respectivos servicios.
En el mundo rural todo ahora es ambulante: el suministro de alimentos, las gestiones bancarias, los servicios públicos, desde correos a la atención de las fuerzas de seguridad, y, por supuesto, la asistencia espiritual. Si estas prestaciones van a conformar la nueva ruralidad, mejor sería dejar la vieja ruralidad.
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