TRAS EL CONGRESO

TRAS EL CONGRESO

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 12 feb. 2012
Dos horas después de que terminara el interminable recuento que dio a Rubalcaba la secretaria general del PSOE, llamé a Manuel Lucas y a Martín Soler. Buscaba dos valoraciones (distintas, distantes) de lo que acababa de suceder. En aquel momento era osado, pero me atreví a aventurarles que Griñán sería elegido esa noche presidente del partido. El silencio que siguió estaba encerrado en el sonido mudo pero interrogante de los porqués. La respuesta resultaba sencilla: porque con esa decisión Rubalcaba se apuntaba en un solo gesto cuatro bazas a favor por sólo una (y de escasa consistencia) en contra. La opción estaba clara.
La presunción de lo que podía ocurrir llegó mientras cruzaba el Puente de Triana. Fue entonces cuando volví- no sé por qué (o si)- a la escena fantástica de “La Lista de Schindler” en la que el protagonista, en un intento desesperado por detener los disparos caprichosos y asesinos con que Amon, el comandante nazi del campo de concentración de Plaszow, intentaba curarse cada mañana la resaca, le susurra que lo que hacía grandes a los emperadores romanos no era su capacidad para decidir la muerte del gladiador que había perdido en la arena, sino su generosidad cuando levantaba el pulgar y le concedía seguir viviendo.
Con su ofrecimiento, el nuevo secretario general demostrada voluntad de integración-la “neutralidad activa” del presidente andaluz no pasó, nunca, de ser una frase original de las que tanto le satisfacen- y con su generosidad tan interesada (en política nadie hace nada por nada), al componente integrador le sumaba la garantía del voto unánime de los delegados andaluces; a la vez, le salvaba la cara (rota tras la derrota de Chacón) ante las elecciones andaluzas del 25 M; y se ponía a resguardo para que nadie le acusara de haber dejado sólo a Griñán si, como predicen las encuestas, los idus de marzo no le son propicios al PSOE.
En la otra acera, en la de los inconvenientes, la opción desalojaba de la presidencia del partido a Chaves, pero al ex presidente andaluz, ex vicepresidente con Zapatero, ex ministro con Felipe y ex secretario general andaluz no le supondría un dolor insoportable añadir otro “ex” a su curriculum. Así fue. Chaves se fue y no hubo nada.
Donde sí hubo (y mucho) doble y triple juego fue entre los delegados almerienses. La historia demuestra que la victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana. El cónclave del pasado sábado no iba a ser una excepción. Ahora todos acuden presurosos en auxilio del vencedor y casi todos se sitúan en la cabeza de la procesión de los que llevaron a Rubalcaba al triunfo.
Lo excepcional es que todos llevan razón porque, aunque todos no han ganado, sí han contribuido al triunfo de Rubalcaba.
Martín Soler, por acción. El treinta por ciento y los siete delegados cosechados por su lista alternativa rompió el monolitismo pretendido por Sevilla con Chacón e incentivó- lo difícil es dar el primer paso; los siguientes vienen detrás- las dudas entre algunos de los integrantes de la lista presumiblemente chaconista y que, al final, se decantaron por Rubalcaba. Juan Antonio Segura Vizcaíno, por estrategia. Consiguió situar a cuatro delegados de su grupo en puestos de salida en la lista propuesta por la ejecutiva provincial sin desvelar que el sentido de sus votos no sería coincidente con “el sentir” (la palabra la copio de Sánchez Teruel) de quienes le acogieron en la candidatura oficial.
José Luis Sánchez Teruel, por ingenuidad. Con su intento para captar la mayoría de los apoyos no tuvo en cuenta que su lista aparentemente chaconista no era más que el caballo de Troya al que él, sin ser consciente de ello, había subido más partidarios del pragmatismo sobrio de Rubalcaba que del aventurismo “happy pandi” de Chacón.
Sólo hace falta haber aprobado la EGB en conocimiento del PSOE para saber que si Zarrias le decía ven (y se lo dijo), Segura Vizcaíno (y, por tanto, quienes le acompañaban), lo dejaría todo. Como también era fácil pasar el examen sobre a quién votaría Antonio Bonilla.
El discurso de la lógi






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