Ya solo nos queda la Navidad. Unas fiestas que, desde el ángulo de la pandemia, serán “tranquilas”, me dijo, en el Congreso el día de la Constitución, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, que no contempla un empeoramiento del estado sanitario. Ojalá, le dije, porque todo lo demás que podía verse y escucharse aquel día y en aquel lugar incitaba al más negro pesimismo.
He preferido esperar unas horas antes de comentar lo que fue la (teórica) exaltación de un nuevo aniversario de la Constitución. Quería conocer qué se dijo en los corrillos en los que no llegué a estar (hubo demasiados como para atenderlos a todos) y cuáles eran las reacciones de los distintos medios de comunicación al analizar discursos, miradas, silencios y ausencias.
Que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición se acusen mutuamente, ante los micrófonos al aire libre, de incumplir la ley fundamental resulta, cuando menos, tan deprimente como las ausencias de una parte de los representantes de los ciudadanos. O el gozo de los separatistas ante los desacuerdos que evidencian los que están dentro ‘del sistema’.
Y los discursos oficiales y oficiosos. Nada nuevo bajo el sol. Llevo ya muchas ediciones de esta conmemoración anual escuchando que la reforma de la Constitución, a mi juicio imprescindible, no es posible por la falta de acuerdo entre nuestras fuerzas políticas, que entiendo que llevan tiempo sin ganarse plenamente el sueldo: ¿no es la solución a nuestros problemas, y no el agravamiento de los mismos, lo que les pedimos? Pues nada: incluso la renovación del gobierno de los jueces, que lleva tres años -tres-, pendiente, dicen que se aleja, cuando parecía, al menos eso, inminente.
Se aleja, por cierto, como la gente y los propios periodistas, a los que el ‘protocolo batetiano’, con el pretexto-Covid cada vez sitúa a mayor distancia de donde se producen los discursos, las miradas, los falsos besos y abrazos como de compromiso. La nuestra, la de los informadores, es una crónica vista con catalejo. Y, por tanto, algo peor de lo que nos gustaría.
Así que las discrepancias, la huida de la realidad que evidenció la fiesta al aire libre de la Constitución, tendrán consecuencias en los próximos días, en los que habrá muy probable acuerdo sobre la mini-reforma laboral, dijo la vicepresidenta Yolanda Díaz, a la que no pudimos ver en los corrillos porque estaba en Bruselas, muy justificadamente atendiendo temas que nos atañen. Ya digo que, por el contrario, probablemente, y ojalá me equivoque, no habrá pacto sobre el Consejo del Poder Judicial -Sánchez y Casado no pueden, nos pareció a los mirones, ni verse... a menos que se guiñen el ojo muy en privado. Ni retorno navideño del rey emérito, que no deja de estar, para mal, en las portadas, consolidándose como uno de los grandes problemas políticos del momento.
Ya digo: a los demás, aunque no al primer firmante, hace 43 años, de nuestra Constitución, nos queda esa Navidad más o menos gozosa que me pronosticó Díaz Ayuso, cuyo espíritu navideño no sé si se extiende a su correligionario Pablo Casado: creo que sí, que ellos, al menos, podrían tomar el turrón juntos. Y hasta brindar por el futuro que, tras lo (no) visto ni oído este lunes en el entorno de nuestros políticos, sigue sin estar nada claro. Pero ¿qué pecado hemos cometido? Me parece que ni siquiera esos de la carne que tan benévolamente juzga el buen papa Francisco.
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