Lo que va de la derrota a la victoria

Cuando Aznar cruzó premeditadamente tarde el salón de convenciones de la Feria de Valencia aquel sábado 21 de junio de 2008, Rajoy lo miró, levantó a media asta el labio y la ceja izquierda -un gesto mecánico que delata cuando le sobreviene una incómoda sorpresa- ,y comprendió, con disimulada amargura, que aquella entrada, una vez iniciada la sesión, no tenía más objetivo que llamar la atención y apelar al aplauso de quienes, aplaudiéndole a quien acababa de llegar, estaban relegando la presencia, esa sí a su hora y en la presidencia del plenario, de quien ya estaba allí. En medio del sonido agazapado del reproche Esperanza Aguirre sonreía.

Han pasado tres años y ocho meses de aquel congreso de Valencia; más de mil trecientas noches de travesía recorriendo el largo camino que separa el desaliento de la derrota de la euforia de la victoria.

Aquel Mariano Rajoy herido de reproches y acribillado por la artillería mediática de quienes pretendieron su fusilamiento político al amanecer del día después de las segundas elecciones perdidas ante Zapatero, mira hoy en Sevilla con la satisfacción de comprobar cómo quienes le tenían preparada la esquela política se parapetan hoy como sus más firmes defensores. Me lo dijo Rajoy un mediodía de marzo un año después:

-Muchos de los que me han llamado estos días por la victoria del PP en Galicia son los mismos que dijeron que tenía que irme al día siguiente de perder las generales. Y serán los mismos que, cuando gane a Zapatero, vendrán a felicitarme. Pero yo sé quién lo hace de forma sincera y quién lo hace porque le interesa hacerlo.

La Democracia, como la vida, es un bucle permanente en el que a la noche de la derrota le sucede siempre el día de la victoria. Hoy Rajoy vive en la satisfacción de ver derrotados a sus adversarios del PSOE y a sus enemigos en el PP. Nadie le discute su liderazgo y nadie discute sus propuestas. El sonido del poder es tan intensamente silencioso que acalla cualquier discrepancia.

El PP vive este fin de semana los días azules que preceden a la victoria anunciada por las encuestas en Andalucía. Lo hace en Sevilla y ha elegido la capital andaluza porque el Congreso se ha programado para acompañar a Arenas en su penúltima etapa en la carrera hacia San Telmo.

Rajoy, tan aficionado al ciclismo, no ha olvidado que en aquella dramática subida al Tourmalet en medio de la balacera que precedió al congreso de Valencia, tuvo en Arenas su principal compañero de equipo. Si Arenas le hubiera fallado, si Andalucía le hubiera dado la espalda, (como sugirieron al presidente del PP andaluz desde la sala de máquinas de la conspiración), Rajoy (quizá) no hubiese llegado vivo a Valencia. No fue así y, con el congreso que hoy se clausura en Sevilla, el presidente del Gobierno quiere corresponder a aquella actitud, a aquel decidido (y quizá) decisivo apoyo. No ha sido el congreso de Rajoy. Ha sido el congreso de Rajoy para Arenas.

Es curioso, pero mientras recorro la avenida Constitución en medio del perfume a incienso quemado en los puestos callejeros, recuerdo que si en Valencia fue Arenas quien acompañó - y le ayudó, y le apoyó- a Rajoy cuando los enemigos internos hacían tambalear su liderazgo, en otro momento dramático de su vida política- la tarde que siguió a aquel mediodía del 23 de mayo de 2008 en el que la derecha extrema de su partido se amotinó en la puerta del Génova 13 pidiendo su defenestración en medio de insultos-, en la tarde de aquel día tan amargo para él, también recuerdo que fue Gabriel Amat quien le bridó el bálsamo del afecto en un acto con seiscientos almerienses en el teatro Cervantes.

Cuando Rajoy llegó aquella tarde al teatro miró a su alrededor, leyó “Almería con Rajoy” en una gran pancarta suspendida entre dos palcos, levantó a media asta el labio y la ceja izquierda en medio de, por esta vez, cómoda sorpresa y preguntó:

-Oye Gabriel, ¿toda esta gente está aquí por mí?

Sí, estaban allí por él. Tanto que la periodista Miria