Kant contra Putin

Aunque el Gobierno vuelve a atacar la Filosofía en las aulas, Kant sigue siendo imprescindible

Javier Adolfo Iglesias
08:59 • 31 mar. 2022

Cuando en 1804 Kant falleció en su ciudad natal Königsberg, sus vecinos salieron en masa y con reverencia al paso de su féretro. Querían reconocer su sabiduría y apego a una ciudad de Prusia que nunca había abandonado en sus casi 80 años de vida. El genial filósofo había tejido su pensamiento alrededor de la razón, la moral, la libertad y la dignidad humanas.



Estos días he comenzado a enseñar su profunda filosofía a mis alumnas y alumnos de 2ºB de Bachillerato en el Celia Viñas. Corren malos tiempos para la racionalidad  por culpa de Putin.



Kant culminó una trayectoria de confianza en la razón humana que había comenzado con Sócrates y  pasaba por Descartes. Sin embargo, le puso límites, pues recelaba de la razón dogmática que se vuelve intolerante.  



Kant cree que el ser humano se mueve entre dos mundos que coexisten, el fenoménico y el nouménico. En el primero somos como cualquier otro animal, sometidos a explicaciones científicas como las de Newton, al que tanto admiraba. En este mundo fenoménico los deseos e intereses explican nuestra conducta, no hay valores ni libertad.



Pero como luego diría Wittgenstein, es el mundo nouménico el que más nos atrae, en el que somos verdaderamente humanos, y por tanto, morales y libres. Kant es el Newton de este otro mundo, que reconocemos por nuestras obras.



La razón humana tiene límites al conocer pero no al actuar y es en su acción cuando los humanos derriban los corsés de la naturaleza y se abren a la cultura, la ética, el derecho y la política, la civilización, en suma.  



La moralidad es indiscutible en este terreno puramente humano y para Kant, el ‘sentido del deber’ es la huella de la moral en nuestra conciencia, donde se unen nuestras razón, voluntad y libertad. Seguimos por deber reglas y normas que no son de la naturaleza, y con ellas nos sobreponemos a nuestros deseos, impulsos e intereses.



Kant creyó encontrar en nuestra razón una fórmula moral tan universal como la Ley de Gravitación de Newton. La llamó imperativo categórico: “Cuando elijas y sigas tu norma hazlo de tal forma que quieras que se vuelva universal y que no trates a ningún humano solo como un instrumento sino siempre como un fín”. ¿Qué hay que hacer entonces?  Solo lo que cada persona decida libremente mientras no impida a cualquier semejante a seguir la misma fórmula. Según esta ley de la razón, todas las personas nos debemos respeto porque somos iguales en libertad y dignidad.


Kant defendió así que cada persona es única. No existe una felicidad colectiva predefinida ni nadie puede elegir por los demás. Así lo saben mis alumnas, que ahora eligen qué carrera universitaria seguir. Esta es la única igualdad posible y base de la tolerancia y del pluralismo esenciales a la democracia liberal. Cumplirla es una tarea agotadora, infinita, por eso Kant cree en el progreso tal y como lo expresa en su obrita ‘¿Qué es la Ilustración?’  


Kant sintetiza todas las ideas que Putin repudia. Anticipó la existencia de organismos como la ONU y vió que solo con democracias llegaríamos a una ‘paz perpetua’ sin guerras, como era hasta hoy, cuando Putin masacra Ucrania y amordaza al pueblo ruso. En estos duros momentos de la historia, Kant es más necesario que nunca contra Putin aun cuando el ¡Atrévete a pensar! kantiano se condena en Rusia con 15 años.


La Königsberg natal de Kant es hoy el exclave ruso Kaliningrado entre Lituania y Polonia, amenazadas por Putin. Un estrecho pasillo la une a la Bielorrusia del servil Lukashenko. Kant nunca pudo haber imaginado que su tranquila ciudad iba a albergar misiles y la flota del Báltico de Rusia y ser así una amenaza para la paz y la libertad de la humanidad y sin embargo, el arma de Kant sigue siendo más poderosa.


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