La política no es la jungla que algunos quieren ver en ella. Ni el desierto árido que debes atravesar siempre en solitario. En la política he encontrado a algunas de las mejores personas que conozco, y en ella he forjado algunas de las amistades y las relaciones que me acompañan en la vida. Una de ellas ha sido, no me cabe duda, Javier Imbroda.
He conocido pocas personas tan constantes, tan competitivas y tan luchadoras como Javier. Ninguna que, además, estuviera dotada de una capacidad de diálogo y consenso tan acendrada como él. A lo largo de los últimos tres años, que hemos compartido en el Gobierno de Andalucía, Javier ha sido un gran consejero, pero aún ha sido mejor compañero y persona. Por eso, cuando ahora expreso mis sentimientos por su pérdida, lo hago más como amigo que como presidente de la Junta de Andalucía.
Han sido tres años apasionantes a su lado. Apasionantes porque Javier insuflaba pasión en lo que hacía, y contagiaba de ánimo y de fuerza a quienes le rodeaban. Jugadores de baloncesto o consejeros en un gobierno de coalición, tanto daba.
Éramos su equipo, y él estaba siempre a disposición de quienes necesitáramos de su talento y de su espíritu de motivación.
“Alejaos de la tristeza, porque con la tristeza no se llega a ningún lado”, le hemos escuchado decir muchas veces en este tiempo, cuando alguno de los proyectos que tratábamos de sacar adelante no tenía el éxito esperado o tardaba más de lo previsto en verse materializado. Conversar con él era siempre la vía más segura para recuperar la confianza en nosotros mismos. Un almuerzo con él era siempre la mejor receta para devolvernos la fuerza necesaria para afrontar el siguiente reto.
Cuando le detectaron el cáncer, Javier actuó como siempre lo había hecho en su vida personal y profesional: con valentía. Si no había dado nunca un partido por perdido antes de que sonara la bocina, tampoco lo iba a hacer ahora con el partido de su vida. A muchos les sorprendió su actitud en aquellos primeros instantes, pero no a quienes conocían bien su talante luchador: nada de renunciar a su trabajo como consejero, nada de rendirse ante los desafíos que planteaba la Educación y el Deporte en Andalucía, nada de aplazar los proyectos. Ni un paso atrás. Juego de ataque ante el rival más duro.
Javier es el responsable de las reformas que, en poco tiempo, permitirán a Andalucía disponer de uno de los sistemas educativos más competitivos de España. Ha sido el principal impulsor de nuestra apuesta por una mayor libertad de elección de los padres, por la cultura del esfuerzo y la mejora de la calidad educativa en todos los niveles, que se ve reflejada ya en una significativa reducción de la ratio. El mundo que vivimos necesita de las Humanidades, y la Educación andaluza, gracias a él, seguirá apostando por ellas.
En estos años, su Consejería ha dado un gran impulso a la Formación Profesional y ha revolucionado el mercado laboral con la apuesta en firme por la FP Dual, que está abriendo horizontes laborales a muchos jóvenes. Apostando por la excelencia educativa pero sin dejar a nadie atrás, con un importante esfuerzo en la Educación Especial, con más profesores y unidades.
Javier estaba especialmente orgulloso del papel de toda la comunidad educativa durante los peores tiempos de la pandemia, que afrontó el reto de la presencialidad cuando algunos no hacían otra cosa que sembrar incertidumbres. Y también de su gestión en el ámbito deportivo, triplicando el presupuesto para el Plan de Andalucía Olímpica o relanzando el Estadio de la Cartuja de Sevilla para acoger eventos como la Eurocopa, partidos de las selecciones y finales de la Copa del Rey.
Javier ha sembrado futuro. El cambio de modelo educativo en el que tanto ha trabajado está en marcha y va a suponer un salto cualitativo del que ya empezamos a ver los primeros frutos, como el descenso en las tasas de abandono y fracaso escolar. Su ejemplo nos demuestra que todo eso se puede conseguir sin renunciar a la competitividad y sin dar de lado a la ambición.
En muchas ocasiones, al escucharle en los consejos de gobierno o en las reuniones en las que compartía conmigo sus proyectos para la Consejería, me lo imaginaba en su papel de entrenador y seleccionador de baloncesto. Me lo imaginaba describiendo tácticas e insuflando fuerza a gente como Pau Gasol, Felipe Reyes o Juan Carlos Navarro. Dando instrucciones y escuchando a sus jugadores. Javier era un entrenador completo: daba órdenes pero también sabía escuchar. Exigía a sus jugadores, pero también los defendía por encima de todo. Como corresponde a un auténtico líder, afrontaba las críticas de manera personal para liberar de tensión a los miembros de su equipo. Para él los ataques, para los demás los éxitos. Así fue también con sus compañeros en el Gobierno andaluz.
Javier, el consejero Javier Imbroda, mi amigo Javier, ha dejado ya una huella profunda en todos nosotros. Recordaremos siempre su manera de hablarnos, su cercanía, su generosidad personal y profesional. Tendremos siempre presente su vocación de servicio público. Nos ha enseñado a no rendirnos, a luchar hasta el final, a seguir luchando cuando ya todo está en contra.
Ha sido un auténtico honor trabajar junto a él. Ha sido una inmensa alegría contar con su amistad. Su pérdida nos deja un enorme vacío personal que sólo nos puede aliviar el recuerdo de su ejemplo. Tendremos que hacerle caso, como siempre hicimos, y alejarnos de la tristeza. Va a ser muy difícil, pero es la mejor manera de honrar su memoria.
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