Voleando hamburguesas al puerto

Los irlandeses del grupo “The Phogues“ hicieron una canción dedicada a Almería, “Fiesta”

José Fernández
09:00 • 01 jul. 2022

Los guardianes más pluscuamperfectos de la cosa periodística suelen deplorar el género anecdótico al que consideran mero transmisor de chismes y sucedidos auténticamente falsos. Pero yo, que ni soy intransigente ni conservador de esencias, creo que una miscelánea de historietas es una aportación notable a la oferta informativa. Este género, tan denostado desde la tiesura de los severos, tiene además la ventaja de que una sucesión de brevedades (el billete, que se decía en los tiempos de las linotipias) es como una fuente de cerezas entrelazadas en donde resulta muy difícil escoger una que no lleve prendida otra igual de golosa. Contaba hace unos días en estas mismas páginas el gran José Angel Pérez una conocida historia sucedida en Almería un verano a finales de los años ochenta del siglo pasado, cuando los irlandeses del grupo de rock etílico “The Pogues” (expresión difícilmente traducible, pero que podría ser algo parecido a “Los escaqueados”) estaban alojados en el Gran Hotel durante una de las últimas ediciones de la Feria celebradas en el Puerto. 



Los músicos estaban rodando algo por las ramblas de Tabernas desde primera hora y volvían ya de noche reventados de sol y de cervezas a dormir, para encontrarse bajo las ventanas de sus habitaciones el estrépito habitual de la Feria. 



No voy a repetir la historia, pero el resumen es que de tanto padecer la megafonía de las tómbolas que premiaban con la muñeca Chochona, acabaron haciendo una canción dedicada a Almería -“Fiesta”, la llamaron en español- cuyo estribillo era exactamente la música de esas tómbolas infernales. Les remito al compañero Pérez por si quieren más detalles sobre este asunto, pero déjenme que aproveche para enlazar una historia muy parecida, aunque menos conocida. 



En sus últimos años de carrera activa, el gran Curro Romero tenía firmada una tarde en la Feria de Almería y, fiel a sus costumbres, se alojó también junto a su cuadrilla en el Gran Hotel la noche previa al festejo. Y como quiera que había jolgorio decibélico en los alrededores del hotel, el Faraón de Camas se revolvía inquieto en el lecho sin poder conciliar el necesario y reparador sueño, sobre todo porque cerca de allí se encontraba instalado el chiringuito de las celebérrimas Hamburguesas Uranga, esas que desafiaban no sólo a los fundamentos sanitarios sino también a los geográficos, porque no dudaban en anunciarse en una megafonía emitida a todo trapo que los clientes podrían encontrar allí “Las auténticas salchichas alemanas de los bosques de Viena” (sic). El maestro no podía dormir y quería estar fresco para pegar a sus toros esos dos pases que, según los fieles de la doctrina currista, justificaban el precio de un tendido.



El caso es que el diestro mandó llamar a su mozo de espadas, al que encomendó la misión de silenciar el chiringuito como quien silencia un nido de ametralladoras. Yo no sé si ustedes han visto alguna vez de cerca una cuadrilla taurina, pero pueden imaginarse que quien lidia todas las tardes con bicharracos de 500 kilos tienen argumentos en la mirada lo suficientemente sólidos como para conseguir sus objetivos. Hay una cierta discusión sobre si aquella conversación se condujo en términos cortesía o si hubo voleo de hamburguesas al puerto, porque el que contaba bien esta historia era el gran Fausto Romero, maestro de tantas y tan certeras cosas. El caso es que la música cesó, el maestro durmió y al día siguiente pudo dar los dos pases de rigor. Y es una pena que “The Pogues” se hayan retirado o consumido porque, francamente, aquí hay una canción. 







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