Sobrevivir a la “grande bellezza” de Correos

“Los edificios son invisibles hasta que el Ayuntamiento autoriza o acomete alguna actuación“

José Fernández
09:00 • 15 jul. 2022

Ahora que el verano estimula el relato viajero, me permito rescatar el recuerdo de una lejana mañana de primavera en la iglesia de la Santa Croce, en Florencia, bajo los frescos del Giotto y caminando ante las tumbas de Miguel Ángel, Maquiavelo, Galileo y otras grandes figuras. Todo un tesoro de piedra y tiempo que uno admiraba con la sensación de insignificancia que suponía contemplar de cerca semejante patrimonio de la humanidad, aunque siempre con la prevención de no deslizarme por el despeñadero emocional, tal como le pasó al escritor francés Stendhal, que haciendo ese mismo recorrido en 1871 sufrió un parraque que le llevó a desvanecerse allí mismo, abrumado por tanta concentración de esplendor y gloria, dando así nombre al raro síndrome que aún hoy afecta a algunos visitantes de la bellísima ciudad italiana. 



Y quizás la historia de la psiquiatría debería ampliar el catálogo de sus  patologías para incluir el no menos raro conjunto de síntomas que están experimentando los concejales del Grupo Municipal Socialista, que cada vez que pasan ante el edificio de Correos en la Plaza del Educador se transportan al umbral del éxtasis. Que si la belleza, que si el patrimonio, que si la tradición, que si el brutalismo arquitectónico, que si tal y que si cual. La razón de semejante vértigo no está en la interpretación de la realidad a través de la aprehensión estética, sino en ese depurado manual de estilo político que consiste en preguntar qué es lo que quiere hacer el equipo de gobierno para, de inmediato, oponerse a ello a la espera de que los colectivos de guardia se sumen a su empeño y cocinar juntos el caldo de cultivo habitual en el menú del partido sanchista: el frentismo y la división entre buenos y malos. Y lo gracioso es que esta receta, que no viene precisamente a mejorar los hábitos nutricionales del personal, goza de notable predicamento en las asociaciones amigas, en los colectivos vecinales que pastorean, en algunas redacciones y en el comando tuitero habitual. Un guisote que, en ocasiones, culminan con el digestivo de  un chupito judicial a ver si con suerte algún togado bizcochable se presta a deponer alguna sentencia y alcanzar así el objetivo final de todo el proceso: la paralización de proyectos de ciudad que impidan al Ayuntamiento cumplir sus compromisos, aunque el coste sea ralentizar o paralizar el crecimiento de Almería. Y es que entre el futuro de nuestra ciudad y sus planes de alcanzar la alcaldía, ellas y ellos no tienen la más mínima duda. 



Ahora intentan formar un frente de oposición a la demolición de uno de los edificios más horrorosos y que más críticas ha recibido en Almería capital en los últimos cincuenta años e impedir de ese modo que la Junta de Andalucía pueda levantar allí un polo de innovación agrícola que refuerce la imagen de Almería como centro del talento y la inteligencia verde no ya de Andalucía, sino de España y del resto del mundo. 



Y es que no falla: en Almería los edificios son invisibles hasta que el Ayuntamiento autoriza o acomete alguna actuación en ellos, porque entonces el hormigón se hace gótico y el acero se transforma en renacimiento amenazado. Es el momento de la creación de plataformas que bajo la bandera “Salvemos a…” salen al rescate de una hermosura sobrevenida y que había permanecido inadvertida a nuestra mirada. Ya pasó con el Toblerone y con el Pingurucho y ahora quieren que pase también con el edificio de Correos, al que si le pones dos cañones es un bunker de Normandía. Pues nada, mucho ánimo con la operación y mucho cuidado al pasar por la Plaza del Educador, no sea que no puedan sobrevivir a la contemplación de tan grande bellezza.







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