Resulta imposible adentrarse en la fe cristiana sin admitir la centralidad del Santo Sepulcro. Es un hecho indiscutible que Jesús murió y fue enterrado, lo cual recoge una realidad antropológica fundamental, que pone de manifiesto la autenticidad de la naturaleza humana de Jesucristo asumida en la Encarnación.
La imagen del Señor dentro de la urna funeraria, junto a la Virgen de los Dolores, imagen de la Iglesia sufriente, expresa de la forma más elocuente posible las situaciones de aflicción, desamparo y desvalimiento que a todos nos atenazan.
Es el hallazgo del sepulcro vacío lo que mitiga la honda desolación de los discípulos y abre sus corazones a la esperanza, preparándoles para el encuentro renovador con el Resucitado.
Cristo, Luz del Mundo, no podía quedar atrapado por la oscuridad de la muerte. Si se sumergió en ella, fue para descender a lo más profundo del abismo y rescatar a los que se encontraban en las sombras de la perdición. Es la tarea cumplida del Nuevo Adán que, superando las seducciones del Tentador, venciendo el poder del pecado y del mal, una vez que culminó el acto de amor extremo, sellando la nueva alianza con su sangre derramada en la Cruz, logró la redención para la humanidad caída.
La luz de Cristo no se extingue con la muerte, pues ilumina las cavidades más sombrías e impenetrables del ser, hasta alcanzar y purificar los vericuetos más tortuosos del alma. Nunca tan adentro tuvo al Sol la tierra. Y ésta se abrió hacia el cielo, con el fulgor deslumbrante e impetuoso de la nueva vida, que ya no puede ser contenida en los estrechos límites del espacio y del tiempo.
La Resurrección del Señor nos da la certeza de que no desapareceremos en las profundidades tenebrosas del cosmos, sino que el proyecto de Salvación de Dios ha sido llevado por su Hijo a buen término. Quien nos creó por amor no podía permitir que la obra de sus manos se diluyera en el vacío y en la nada. Por eso la corrupción generada por la mancha de la culpa original ha sido ampliamente superada por la gracia regeneradora de la glorificación de Cristo, de la cual participamos nosotros por voluntad divina.
Aquellos que movidos por la fe han vivido en el Señor, no pierden su dignidad mientras descansan bajo la tierra de la que proceden, ya que la distinción y grandeza adquirida al ser hijos de Dios por el bautismo no queda abolida en la cavidad del sepulcro. Así, el Santo Sepulcro nos recuerda también la importancia de la costumbre cristiana de llevar a la sepultura el cuerpo de nuestros difuntos para que reposen en lugar sagrado, donde esperan la resurrección de la carne; el momento en que sus cuerpos mortales se revistan de inmortalidad y, nuevamente llamados a la vida, puedan contemplar para siempre la infinita hermosura del Creador, en una existencia plena.
Ciertamente, el cortejo fúnebre que escenifica la estación de penitencia y el desfile procesional del Santo Entierro, resulta poco adecuado o tolerable en una sociedad que se empeña en ocultar la realidad de la muerte, condenando a la gente a desenvolverse en la mera superficialidad de las emociones fugaces, de los deseos engañosos o del disfrute fatuo. Impedir la posibilidad de enfrentarnos a cuestiones de tipo existencial, escondiendo todo signo necrológico, dificulta gravemente que podamos hacernos planteamientos que lleven a la conversión y a encontrar un sentido global y auténtico en la fe.
De ahí, que esta Cofradía haya vivido con enorme tristeza el haber sido deliberadamente excluida de la procesión Magna recientemente celebrada en nuestra ciudad. Cuando las manifestaciones cristianas buscan solo el atractivo mundano pierden, en gran medida, su potencial catequético y evangelizador.
Aunque hay datos que avalan ya en el siglo XI la actividad de asociaciones, grupos y hermandades creadas en torno a la devoción al Santo Sepulcro, fue en el siglo XV cuando estas tuvieron especial relieve y desarrollo. La Cofradía del Santo Entierro de Almería, si bien cuenta con una trayectoria mucho más antigua, se constituyó como tal hace cien años, siendo una de las fundadoras de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad. No en vano, fue durante muchos años, la única Cofradía con sede canónica en la Iglesia de San Pedro de Almería, y su salida, como en tantas otras ciudades, reconocida como procesión oficial de la Semana Santa.
Esperamos que la celebración del primer centenario de su fundación sea un aliciente para que vaya adquiriendo cada año mayor vitalidad y, por la fuerza de la gracia divina que alienta nuestra esperanza en la vida eterna, aumente del mismo modo su testimonio evangélico.
Juan Antonio Moya Sánchez es consiliario de la Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/246812/el-santo-sepulcro-y-la-magna-de-almeria