Andan unos cuantos deportistas y celebridades protestando estas últimas semanas por la organización del próximo Mundial de fútbol en Qatar. A buenas horas mangas verdes. Recordemos que en este país árabe los derechos humanos de mujeres y homosexuales tienen el mismo valor que un pagaré sin fondos de algún empresario distraído. Pero el postureo que inunda hoy Occidente es sencillo y muy barato. Se hacen los ofendidos, disparan hacia todos lados, pero son incapaces de cambiar las cosas mediante la acción.
El entrenador alemán Jürgen Klopp ha sido uno de los más agresivos con sus críticas a todo dios, incluida la prensa. Tiene razón, pero debió decirlo mucho antes de que llegáramos a las puertas del Mundial. Ya sabemos que el fútbol levanta pasiones, pero también unos pingües beneficios porque esto es un negocio redondo y a pocos les importan los valores.
Pues no. El Mundial, como las Olimpiadas, es el mayor espectáculo deportivo del planeta y precisamente debería respirar deportividad por todos los costados. Por lo menos salvemos estos grandes eventos como ejemplos de dignidad y ética en un mundo que un día se escandaliza por la tiranía chavista de Venezuela, pero al siguiente se olvida de los pobres y oprimidos venezolanos porque Nicolás Maduro ya es un presidente homologable gracias a su petróleo de ocasión.
Pero como ciudadanos podemos hacer algo más que protestar por la desvergüenza de quienes manejan el fútbol. Si estamos a favor de proteger los derechos humanos en cualquier lugar, si nos consideramos tan feministas y respetuosos con la comunidad LGTBI como algunos políticos cacarean continuamente, tenemos una oportunidad fantástica para expresar nuestra disconformidad con la elección de Qatar como sede del Mundial. Es muy sencillo y sus efectos podrían ser taumatúrgicos para la humanidad y demoledores para el turbio negocio del balompié: apagando todas las televisiones durante un mes. Yo, desde luego, lo haré.
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