Entre idiotas

Una de las obras más relevantes del gran novelista ruso Dostoievski es ‘El idiota’, donde presenta al protagonista, el príncipe (Myschkin), como paradigma del hombre bueno. Afable, bondadoso, sincero, compasivo, humilde y con falta de astucia, por lo que es tachado de estúpido, de ahí el sobrenombre que da título a la obra. Una novela con un protagonista capaz de defender a una mujer porque considera que un hombre la está maltratando al ofrecerle matrimonio por un puñado de dublos, así que el príncipe le pide matrimonio y terminan casándose.

Resulta curioso ahondar en  el significado de ‘idiota’. Su etimología nos transporta a la cuna de las democracias, la Atenas de la Grecia Antigua. Su raíz es ἴδιος (privado, personal, de uno mismo), de ahí que en la antigua Atenas se le dijera idiota al hombre que no quería participar de la vida pública, de la política, a la que todos estaban llamados por ser una democracia directa. Pero evolucionó con el latín a la connotación de ignorante e inexperto.

Estos días hemos constatado cómo el Congreso está siendo asaltado por una legión de idiotas. Las palabras machistas e intolerables por parte de la diputada ultraderechista Carla Toscano, y la reacción de sus compañeros, lo avalan, pues buscan dinamitar nuestra democracia desde dentro. Así como cualquier persona puede perder su libertad por cometer determinadas ilegalidades, robos o asesinatos, un representante público debería poder perder esta condición por conductas como las de estos días en el Congreso.

Hoy, escandalizados por claudicar en asistir al Mundial de fútbol donde pisotean los derechos humanos, sufrimos los envites de quienes no toleran al colectivo LGTBI, de quienes utilizan a las mujeres como objetos y las consideran inferiores, de quienes buscan el recorte de libertades, y miramos atónitos como lo haría el príncipe de Dostoievski; nos falta revelarnos como lo hizo él ante el maltrato de una mujer, sólo así podremos distinguir entre idiotas.