Virginijus Sinkevicius es un muchacho lituano de 32 años que ha decidido, a miles de kilómetros de La Chanca, que la pesca de arrastre de Almería -y otros puertos del Mediterráneo- tiene que desaparecer. Virginijus nació antesdeayer -1990- en la capital Vilna y probablemente la vivencia pesquera más intrépida que haya experimentado sea la del sedal con mosca a orillas del río Neris junto a su casita natal. No ha pisado un barco en día de faena en su vida, pero es el comisario europeo de Pesca.
En el África negra, el futuro de la tribu lo deciden los ancianos; en Europa, el modelo económico lo resuelven tipos con la piel tersa. Virginijus, es el que manda en la pesca de todo el continente, pero no sabe lo que es salir a la mar de madrugada y que si el copo vuelve vacío, ese día el marinero no cobra. Virginijus ha hecho estudios económicos, ha dirigido un portal de noticias llamado Lithuania Tribune y fue comisionado para privatizar los aeropuertos de su país. Ahora es el tipo que ha decidido hacerle un ERE a la gamba roja, a la cigala, al bogavante, al rape y a la brótola almeriense. Él, que quizá el único pez que ha visto de cerca es una trucha fluvial. Desde hace años se ha instalado en algunas conciencias -malas conciencias- un fariseismo medioambiental que tiene más de postureo cínico que de mínima aproximación a la realidad. Los mismos hipócritas que intentan cercenar la pesca del marisco almeriense desde Bruselas, son los que en los restaurantes de la Grand Place se ponen tibios de langosta Thermidor.
Almería, Garrucha, Adra, Carboneras, nacieron de la pesca: de una almadraba, de un palangre, de una nasa, de un anzuelo. El esparto, el plomo, la uva, el tomate, vinieron después. Primero fueron las redes, como en el mar de Galilea. La Chanca fue antes que el Campo de Dalías y ahora, desde Bruselas, alguien ha decidido que hay que pescar 7 meses de 12 con un recorte del 30% de las capturas lo que hace inviable la actividad. La gamba se lleva pescando un siglo en esta rada, nunca se ha extinguido. No hay ningún estudio científico de especies actualizado que avale la guillotina sobre este arte de pesca. Ahora, los primeros que les chupan las cabezas como si no hubiera un mañana, se han confabulado para que se deje de pescar. Lo harán por nosotros las flotas argelinas y marroquíes -el pescado no tiene fronteras- sobre las que el muchacho de Vilna no tiene jurisdicción. A nadie parece que le importe mucho, no parece que nadie en Almería sufra mucho, más allá de los propios pescadores y organizaciones como Asopesca. No se ha visto aún a ningún hostelero almeriense intentar hacer frente común con los pescadores para paralizar los planes de acabar con la flota de arrastre. Sin marisco, sin pescado fresco de la bahía en la carta, cae la calidad de los restaurantes y por ende el turismo culinario: quizá si escarbásemos averiguaríamos que viene más gente a Almería por la plancha de Puga o de Casa Joaquín o del Escánez o del Club de Mar que por la Alcazaba. Aunque siempre se podrá echar mano como sustituto del camarón congelado de Chile o del fletán de Terranova para el tapeo de los domingos en la Plaza Marqués de Heredia o en las terrazas apretadas de detrás de Correos.
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