La letra k: de su elusión a los okupas y a la música bakalao

La letra k: de su elusión a los okupas y a la música bakalao

Luis Cortés
21:29 • 01 abr. 2012
Como ya apuntamos hace un tiempo, los hablantes tendemos a asociar las palabras desconocidas con términos que ya nos -suenan de algo-; son muchos los que dicen destornillarse de risa, en lugar del correcto desternillarse. Y es que fonéticamente se piensa en tornillo y no, en ternilla. Igualmente podríamos decir de ínsulas, en lugar del correcto ínfulas o vagamundo cuando sustituye al término verdadero, que es vagabundo (recordemos la terminación –bundo en palabras como meditabundo, nauseabundo o tremebundo). Por motivos parecidos, en mi niñez, se hablaba del “Maestro Ciruela, que sin saber leer ni escribir puso una escuela”. El origen del dicho seguramente fue “el maestro de Siruela”, un pueblecito extremeño. A la gente no le suena Siruela pero sí ciruela y de ahí el cambio. Y me he acordado del referido maestro al encontrarme en su misma situación de desconocimiento: he aludido en el título a dos términos, okupas y música bakalao, de los que sin saber nada pretendo hablar. Mi desconocimiento en este último tema es tal que he tenido que buscar, en Wikipedia, cómo es ese tipo de música; y encontré lo siguiente:
El nombre de bakalao surgió en Valencia en el año 1985 en la tienda de discos Zic-Zac, punto de encuentro de los mejores Dj-s de la noche valenciana para proveerse de la mejor música de importación del momento, en ella el amigo que acompañaba a un DJ exclamaba: "¡Esto es Bakalao de Bilbao!" cada vez que escuchaba un buen tema, en pocas semanas se denominó Bakalao (si bien al principio se solía escribir "vacalao").
Toda esta digresión tiene como base mi interés por la letra k, y más concretamente por la evolución de esta: desde su pobre empleo durante siglos en nuestra lengua hasta su reciente uso en ambientes juveniles inconformistas como seña de rebeldía.
Para los niños de mi época, la grafía k se asociaba con Kubala, kilómetro, kilo y poco más. Aunque no éramos conscientes de ello, se trataba de una letra desprestigiada y que convenía sustituir por otras como c o qu en palabras en que, por su procedencia, tendría que aparecer: cacatúa (del malayo kakatuwa), canguro (del francés, kangourou), esmoquin (del inglés, smoking), etc. Es más, durante un tiempo, en un período largo del siglo XIX, la ortografía académica la excluyó de nuestro abecedario.
El hecho tenía su historia y la reciente Ortografía (2010) se ha ocupado de recordárnosla. Efectivamente, ya, veinte siglos antes, había desaparecido del latín clásico, lo que justificaba su casi total ausencia del conjunto de lenguas romances (francés, catalán, español, portugués, italiano, etc.) derivadas de dicha lengua latina. Ciñéndonos a nuestro idioma, solo aparecerá en algunas voces tomadas en préstamos de otras lenguas y siempre con muchas limitaciones; por ejemplo, son variados los casos en que la palabra que incorporaba la k alternaba con otra variante c o qu: kaki/caqui, kermes/quermes, kif/quif, kimono/quimono, etc. Un ejemplo muy conocido es bikini/biquini, cuyas dos formas son hoy correctas. En estos últimos años, la variante con k, bikini, es mayoritaria en anuncios, etiquetas, etc. Además, es la forma etimológica, pues procede del topónimo Bikini, nombre de un atolón de la República de las Islas Marshall, un estado insular ubicado en el océano Pacífico, en la Micronesia.
Afortunadamente, ya casi nadie duda de la hispanidad de la letra k y de su derecho a aparecer en nuestras palabras de forma preferente, sin tener que alternar con c o qu: ketchup (voz de origen chino y en español mucho más usada que cátchup), kiwi (voz de origen maorí procedente de Nueva Zelanda y aceptada mayoritariamente entre los hispanohablantes), karaoke, kárate/karate, kayak, kermés, kril, kung-fu, etc.
Esta antigua forma de proceder de la Academia –hoy superada- y la censura política durante






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