Es quizá el Almería un Club/Estado. No sé. Qué no es en el fútbol moderno un Club Estado. Es que no lo es el Villarreal de los patricios Roig; es que no lo es el Real Madrid del conglomerado ACS, que es quien avala ante el banco- no los socios- fichajes como el de Hazard o Beckham; es que no lo es el Valencia del chino Ling.
Qué más da que el dueño de un equipo sea un jeque catarí o un multimillonario de la cerámica. Almería es un Club Estado, a mucha honra, como tantos otros, como lo fue el Málaga de Al Thani. Habrá que juntar los dedos para que Turki Al-Sheik no degenere en Al Thani. Turki pagó hace cuatro años a Alfonso y a su hermana 20 millones por el club heredero de Jeromo y Juan Rojas, cinco menos que el dinero que se embolsó por Umar Sadiq. Turki- con cara de niño travieso al que se le escapa un pedo en la clase y pone cara de no haber sido- nació del vientre de su madre en 1981, cuando el Almería acababa de finalizar su primera incursión en la Primera. Es licenciado en Ciencias de la Seguridad, ministro de Entretenimiento en Arabia. Se le estima una fortuna, según Forbes, de 2.100 millones de euros. Lo de Almería para sus finanzas debe ser como la canción del barquito de papel de Serrat. Ha donado más de 1,2 millones de euros para equipamientos sanitarios de la ciudad (si hay algún almeriense a flor de piel que haya llegado a eso que levante la mano). Parece la limosna de un pachá, del pachá Turki, pero no estaba obligado a hacerlo y sin embargo lo hizo, como Schindler en Cracovia. ¿Tiene más mérito el Villareal que el Almería porque su dinero viene de Porcelanosa en vez de las arenas del desierto?
El otro día pusieron en la tele, en un canal temático, la final del Mundial del 70 en México y me emocioné al ver de nuevo aquel viejo fútbol de camisetas sudadas, de hierba desigual, de árbitros de negro, de piernas sin espinilleras, sin VAR electrónico; de ver gente que jugaba al fútbol como poetas, no como funcionarios, artistas como Tostao, Pelé, Rivelino, Mazzola y que al final del partido la gente saltaba al campo llevando a los futbolistas en volandas como a los toreros. El fútbol ha cambiado hasta en los partidos de niños: ya no juegan en campos de tierra poniendo las carteras del colegio como porterías, ya no se sollan las rodillas ni van andando o en bicicleta al campo; ahora juegan en césped artificial, con botas que valen más que un sueldo y van al partido en el coche de su padre, con aire acondicionado. Y si es necesario el padre se pelea con el padre rival tras el partido, mientras sus hijos se intercambian la camiseta.
El fútbol ha cambiado: ahora es un deporte de mercaderes, de amos como DAZN que impone horarios, ya no es del socio, los equipos son como un valor del Ibex donde toda la plantilla está en venta al mejor postor, ya no hay cantera, ya no huele a linimento como en el vestuario del Franco Navarro, ni hay furia, ni los jugadores tienen pelo en el pecho. Ya no hay ni ningún DNI almeriense sobre el campo de los Juegos Mediterráneos o Power Horse (ya puestos yo preferiría Silestone). Pero mientras que haya un niño que llore de alegría por un gol de Ramazani, que sueñe con una camiseta firmada por Robertone, habrá Almería, porque los sentimientos de uno no tienen dueño que valga.
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