Ya ha llegado el tiempo de la alegría y el jolgorio, de jugar con lo aparente, de reírse de todo sin necesidad de dar la cara, el tiempo de esconderse tras un disfraz, una letrilla y una comparsa, para decir más de una verdad y que no se quede en la barra de un bar ni en el patio de casa.
Después de unos años inusuales por la pandemia, vuelve el carnaval a inundar de diversión el espacio público, haciendo honor a uno de los orígenes que se le asocia a esta festividad, las Saturnales romanas, homenaje a una victoriosa batalla. Lo que ocurre es que, en la vida se suceden tantas batallas que casi no da tiempo a disfrutar las victorias.
Habrá quienes se escondan tras la careta de gesto sonriente y afable para no quitársela hasta que no pase mayo y se apalanquen en los consistorios, será entonces cuando muestren su retorcido rostro, como quien decía defender la sanidad pública y a la gente, incluída su libertad, y que ahora se ponen el tipo carnavalero de un botones abriendo puertas a la privatización, tildando de izquierdosos a quienes solo pretenden ejercer su libertad en la reivindicación.
Y lo peor, también encontraremos tiranos disfrazados de demócratas progresistas, pobres de espíritu y ricos en ignorancia e incultura que no son nadie si no es medrando, son bocaranes fanfarrones que irán llorando a la sardina en su entierro, a modo de mofa y chulería, deseando despedirla para ocupar su puesto, pisoteando a quienes les sostienen para seguir chupando de la sopa boba, porque en el fondo son solo cuarteto sin chispa ni gracia, capaces vender para ello hasta la piel de quien le dió de mamar.
Suerte que les podemos seguir desenmascarando para no vivir en un eterno carnaval.
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