Pasión y propósito

Queridos y escasos lectores de un servidor: este es mi último artículo, no porque suponga un oneroso esfuerzo para mí el escribir, sino porque mi agencia de publicidad (Babilonia: déjenme un poco de autobombo en mi adiós) concita en ese momento todos mis sentidos. Y ya que invoco mi profesión aprovecho para hablar del mundo empresarial en un país que desde ciertas poltronas políticas expone una furibunda animadversión a quienes creamos riqueza y empleo.

Sigan creyendo ustedes (no se hagan los remolones, sí, ustedes) que los empresarios somos los malosos, que dicen en América, que el capitalismo es un turbio negocio y el dinero un vil metal, necesario, eso sí, para salvaguardar su propio sistema de prebendas y privilegios. Y que quien lo genera está lleno de codicia. Y que aquellos que se lanzan a la aventura sólo obtienen beneficios y nunca jamás pérdidas, como me dijeron una vez. 

Pues les voy a decir algo. Están muy equivocados o tienen mala fe. Lo que hace progresar a una nación son sus empresarios, aquellos que tiran del carro con ambición y que no desfallecen pese a los innumerables contratiempos. Vivir es una aventura; ser empresario una travesía por mares insondables donde muchas veces estás a punto de ahogarte y al final consigues sacar la cabeza.

Lo hemos elegido nosotros, es cierto. Pero dejen de señalarnos. Estamos hartos de su desprecio. No insulten a quien se va del país. Y trabajen, trabajen para que los jóvenes no sólo quieran ser funcionarios o aspiren a un cómodo empleo con el único objetivo de que llegue el fin de semana. Hace falta más pasión en España. Y propósitos. Y proyectos de vida. De modo que no traten de igualar a la gente por abajo y apuesten de una maldita vez por la excelencia si queremos ser alguien en el mundo y dar un futuro próspero a la gente, esa de la que tanto hablan en discursos estériles y vacíos. Chao y gracias por leerme.