Aquel 14 de febrero de 1880 salía a escena la segunda representación de la zarzuela La gallina ciega y el acto tercero de la ópera Ernani. Varias funciones se anunciaban para los primeros días del año y, por lo que dice el cronista -que eso era, porque el tipo iba a los sitios a rascar información como va Simón a los mentideros políticos-, las entradas se agotaron y los aplausos se eternizaron. Aquel gacetillero almeriense, con su lenguaje barroco y entusiasta, nos obliga a recordar lo mucho que ha virado la forma expresiva y narrativa en los últimos cien años -y no siempre ha sido para honrar a la RAE-.
Un acercamiento -solo eso- a la lexicología de la crónica periodística cultural almeriense, que fue un género que despertó en el siglo XIX, nos ofrece algunas singularidades muy curiosas. La prosa de los más prestigiosos diarios de la provincia, salvando algunas anómalas excepciones, era un magma cargado de adjetivos vivos, metáforas y figuras retóricas, lastrado por excesos de loas o de crítica.
Si bien es cierto que la noticia era tratada con intervencionismo opinativo -sin disimulo-, a veces con una rústica personalidad idiomática y una definida orientación ideológica, cosa que se parece bastante al paisaje de infoxicación que domina hoy el universo de muchos diarios nativos digitales -aquí también hay salvedades, que dignifican el oficio-, la crónica fue particularmente mimada: “La empresa del teatro principal que ha hecho cuantos sacrificios han estado a su alcance por cumplir con puntualidad sus compromisos y agradar al público (…) ha decidido dar una prueba más de buena correspondencia abriendo un abono de cuatro representaciones con notable rebaja en sus precios...” (La Crónica Meridional, 12 de mayo de 1874).
La crónica se escribía, por lo general, en primera persona del plural (“Tenemos entendido que la sociedad del Cervantes...”), aunque también en primera del singular. El 16 de septiembre de 1876, un corresponsal escribía una florida guarnición de palabras sobre las recién terminadas fiestas del pueblo de Ohanes. Al final de la nota, se dirige a un periodista capitalino de La Crónica, encargado de redactar hechos culturales. Al parecer, y aunque lo esperaban, no pudo ir a los festejos porque, “de haber venido, hubieran tenido las fiestas un cronista digno de su importancia y habría recibido las coronas y ovaciones que se le tenían preparadas, entre ellas una magnífica cabalgata de veinticuatro borricos lujosamente enjaezados (...)”.
Como se aprecia, es una prosa clásica, abigarrada, ampulosa y hasta pretenciosa. Eran -y son- piezas de un lirismo explícito, nada sutil, en el que la retórica se prefiguraba como un arte mayor: es casi más sobresaliente lo intrínseco del lenguaje que el propio acontecimiento narrado. Se trataba de persuadir, con un estilo complejo que estaba muy lejos del vocabulario sencillo del texto periodístico nacido en las facultades universitarias. Frente a la pretendida objetividad -el periodista es sujeto y no objeto- del relato informativo, para cuyo fin es preciso economizar las palabras, jerarquizar los hechos y responder a las claves con un orden lógico, la narración del cronista de siempre es un desafío a la globalización e idiotización del lenguaje.
El 27 de marzo de este año -en curso, dirían los cursis-, el periodista Evaristo Martínez escribía en La Voz que Chanel elegía el Cabo para rodar su nuevo videoclip: “Esta icónica zona de Cabo de Gata ha sido inmortalizada tanto en la gran pantalla (‘Patton’, ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’) como en la pequeña (‘La casa de papel’, ‘Entre tierras’ y ‘Berlín’, estas dos aún pendientes de estreno). Pero también en vídeos musicales: bien lo sabe la banda Jamiroquai, cuyo vocalista y líder, Jason ‘Jay’ Kay, ya eligió hace seis años para ambientar la historia que acompañaba a su ‘Cloud 9’ los mismos paisajes que ahora se verán en lo nuevo de Chanel”.
El texto advierte ya en la segunda palabra, el adjetivo icónico, que el periodismo bueno no es solo el periodismo de lo nuevo, aunque también. Contar lo último de un modo expositivo y argumentativo es una exigencia, tal como hace el compañero con un brutal despliegue de síntesis y background, pero contarlo transgrediendo lo rutinario es lo que hace que algo sea franquicia: algo más que un producto noticioso. Y lo hace también genial.
Dos submundos Por eso, no son pocas las voces que, en el escenario periodístico actual, creen que debe ser imperativo la coexistencia de dos submundos llamados a encontrarse: la narración literaria de la experiencia personal, llena de matices subjetivos que dan vigor al relato, y la precisión cirujana en la aportación de datos que otorguen el necesario contexto, despejen la bruma del empacho informativo y nos den luz.
Aunque la crónica de hoy ya no se escribe en primera persona y ha perdido poder y prerrogativa en los medios de comunicación, en la actual atmósfera de refundación del periodismo, en plena lucha contra el, a veces, insustancial ruido de sables de los medios sociales, la figura del narrador, sea de parlamento político, económico o social, sea de deportes o de cultura o de lo que sea, es una garantía de supervivencia.
Vitamina y antídoto intelectual ante el lodo y lo insípido de la sobreinformación, el daño penetrante de las fake news en amplias capas de la sociedad y el disparate de algunos doctores Honoris Causa de las redes, expertos en el arte de disimular la nada con la indisimulada cólera del resentimiento.
Autocomplacencia Ojo, sin embargo, con la autocomplacencia. Los medios que McDonalicen la información, ya lo dijo George Ritzer, sacarán a las calles infinidad de noticias por no distinguir entre cantidad y calidad; y como las cadenas de comida rápida, ofrecerán productos previsibles y estandarizados en el menor tiempo posible y con la máxima eficacia en términos de creación de contenidos. En todos esos medios McDonalizados encontrarán lo mismo. Rápido, pero lo mismo.
En la diferencia y la belleza está el buen periodismo y la literatura -valgan la carta dominical de Pedro Manuel o los artículos larranianos de Manuel León-, dos cosas que son casi una.
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