Enfermedad incurable y pegadiza

Enfermedad incurable y pegadiza

Juan José Ceba
01:00 • 14 abr. 2012
La sobrina de Don Quijote tenía temores inquietantes de que, el airado caballero andante, se viera aquejado de una mayor locura que la de comprometerse en mejorar la vida de los desalentados, una epidemia de más funestas consecuencias: la de hacerse poeta. Y si ambas, la de asentar su corazón allí donde la injusticia y el sufrimiento vulneraba los derechos, se aliaba con la clarividencia de los versos, la suerte del buen hidalgo podía devenir en catástrofe. Lo dice la muchacha en el capítulo sexto de la primera parte del Libro: “Y, lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen es enfermedad incurable y pegadiza”.
Ya saben quienes se han adentrado por su vida, que Alonso Quijano El Bueno fue mucho más que un ser combativo por la dignidad -en continua rebeldía ante las injusticias demoledoras que salen al camino-; fue la vehemencia de la transformación y mejora del mundo, desde el interior mismo de la Poesía. Por ello su guerrear es explosivo, se acrecienta y tiene tanta potencia creadora, tantos sueños que aspiran a cumplirse, tanta vigencia, pues parece recién alentado, y lo vemos en las plazas de la indignación y a la sombra del hambre, mientras mueren las niñas y la caterva de ruines bañados en su oro prodigan agonías.
Don Quijote es el primer referente de la entrega absoluta y sin reservas para “desfacer” los dolores y derechos aplastados, el activo poeta épico que lleva el corazón en llamaradas, en el reto constante de extender esa fiebre incurable y pegadiza a todas las regiones del planeta. Como poeta de principio a fin. Sabiendo del poder combativo y de cambio, la fuerza vitalista y positiva, la irradiación sanadora del poema.
Tendrían que habilitarse en los servicios de urgencia de los hospitales salas con libros de versos curativos; canciones que borran los dolores de las almas y cuerpos –cuando no pueden más. Limpio combate de la poesía libre. En el tramo final de una enfermedad, sin salidas, me pedían la lectura tranquila de poemas, cuando ya la medicación no podía con la angustia. Y así llegaba el sueño sosegado. Los versos van al fondo como un milagro de luces apacibles. Antes de dormir, cada noche, leo a Fray Luis de León. Cuando los ángeles no pueden achicar un sufrimiento nos piden que le digamos poesías al oído.
En la escuela donde habita el compromiso apasionado de transformación para la dignidad, y la creencia desmedida en el potencial de la chiquillería, los versos son el florecimiento de una revolución de inesperadas y fascinantes consecuencias. Batallar para el bien de los demás, sin descanso y como cauce para toda una vida de arrojo, con los poemas y canciones. Mientras aguardamos el regreso del Amor como alumbramiento.






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