Las campañas electorales ya no son como las de antes. Ni mucho menos. Al menos así se percibe en la capital almeriense donde, con diez candidaturas que se postulan a los comicios del próximo 28 de mayo, solo se aprecia que hay campaña porque en las paradas de autobús hay cartelería electoral, también en los taxis y en las vallas publicitarias en distintos enclaves de la ciudad.
Apenas se escucha el soniquete de la música electoral en esos coches que antaño recorrían toda la capital, desde Pescadería hasta el Puche, desde el Quemadero hasta la Puerta de Purchena, con los póster de los alcaldables pegados en los cristales traseros y en el capó. En el recuerdo quedan las imágenes de Santiago Martínez Cabrejas (PSOE), Salvador Fuentes (PCA) o Andrés García Lorca (AP).
Tampoco se anuncian los mítines en las plazas de los barrios, que han sido sustituidos por los puerta a puerta de los candidatos de las diferentes listas y los militantes voluntarios que dan el do de pecho de casa en casa para saludar a los vecinos de toda la vida y darles la propaganda electoral y el sobre ya preparado para ir al colegio electoral.
Echo de menos ese ambiente electoral. Por eso, las mejores campañas electorales son las de los pueblos. Y cuanta menos gente resida en ellos, más intensos son esos 15 días. Y no digamos la misma noche del escrutinio, donde en algunos municipios no faltan los cohetes y las fiestas en bares hasta entrada la madrugada.
Cualquier tiempo pasado fue mejor, puede decirse. Todo parece haberse sustituido por un post en redes sociales como Facebook o Twitter o un vídeo en TikTok. No digo que no sea acertado ese modelo de campaña más de siglo XXI, pero anhelo esos mítines a los que iba casi todo el vecindario, aunque después, a la hora de la verdad, cada uno votara a quien más le convenciera. ¡Viva la democracia!
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