Un vecino ha pegado con fixo en el espejo del ascensor su queja por el ruido que hace la vecina con los tacones a las 7 de la mañana. "Tacones cercanos", la llama. Se me antoja que es varón por la forma de redactar el lamento, aunque ha habido hombres que escriben como mujeres -Proust- y viceversa; se me antoja también porque las mujeres son tan gremiales para los tacones como los hombres para no levantar la taza del váter. Vivir en comunidad es un invento moderno, del siglo XX. Nuestros bisabuelos vivían en casas con terrao o en corralas. En la Vega, esa donde hoy se levantan sofisticados bloques, se vivía en cortijos, ningún ruido molestaba: el del Violín estaba a varias leguas del del Fiscal. Cayeron las casitas y se levantaron las moles y se tuvo que inventar la Ley de Propiedad Horizontal para una vida vertical.
En Ciudad Jardín no tienen problemas, pero en el resto de Almería las querellas domésticas entre vecinos son como los panes de Calatrava en La Dulce Alianza: nunca se acaban. Las asambleas de comunidad, a veces, se convierten en campos de batalla en los que el Administrador debe de ejercer de Undiano Mallenco para que no haya sangre. Los reproches son más o menos exóticos: el ladrido del perro de la del segundo, el ronquido del del cuarto, la música de Triana a toda pastilla, el olor a sobaco en el ascensor, el imbécil que ocupa todo el tendedero de la terraza. Sería infinita la lista de agravios pequeños, la vida está hecha de cosas pequeñas. En realidad, las cosas que nos importan de verdad son más de breve que de portada. Y sin embargo, me refirió un administrador de fincas que nunca había tenido menos problemas con la comunidad que gestiona que durante los meses de encierro por el Covid: “Oye, como una pax romana”. Escribió Galdós que la desgracia compartida (yo añadiría la alegría) es lo que más une a los hombres. Qué paradoja: cómo somos capaces de evocar gotas de felicidad de aquellos días encarcelados en el zulo sin más horizonte que salir a aplaudir a los balcones a la 8 de la tarde, cuando los vecinos, más que vecinos, parecían hermanos: "¿Cómo estáis en tu casa?" "Si se te ha agotado el azúcar para hacer brazo de gitano, yo tengo de sobra". El tacón de la vecina no molestaba entonces. La vida es como la historia de un rellano de vecinos.
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